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Ángel entró al cuarto de baño con la intención de darse una larga ducha para poder aislarse de la vida durante un buen rato, llevaba una muda limpia y el pijama en una mano y, en la otra, el teléfono. Cerró la puerta mientras terminaba de revisar las notificaciones que se apreciaban en la pantalla y lo desbloqueó para responder al mensaje que le había mandado David poco tiempo atrás.

El pelirrojo, aunque trató de no demostrarlo en presencia de su amigo, se culpabilizaba un poco por lo ocurrido en la clase de McMahon. Creía que si no hubiera metido baza con el tema de por qué no quería añadir la canción de The river a la lista, Ángel no habría pasado por su repentino (y esperaba, aislado) ataque de nervios sin saber que la verdadera desencadenante llegó al aula pocos minutos antes de que él se fuera.

David♥️🤡:
Ey eu 20:17

Cómo andas? 20:17

Mejor? 20:17

Tú:
Sep 20:25

Tío, si es por lo de clase no te preocupes, no ha sido para tanto 😂 20:25

Dejó las cosas sobre el mármol del lavamanos, esperó la respuesta por parte de David, que se redujo a un "Vale vale, no sé, estaba rayado por si era algo peor XD", y entró en la aplicación de Spotify. Sonrió sin mucho entusiasmo cuando la opción de aleatorio dio paso a los primeros acordes de Smells like teen spirit, de Nirvana. Adoraba aquella canción, adoraba la música en general: con ella no tenía tiempo de darle vueltas a todos los pensamientos destructivos que le acechaban en el silencio. ¿Cómo no iba a adorar, amar, algo que lo salvaba de él mismo?

En voz baja, comenzó a tararear la letra mientras, asegurándose de esquivar su reflejo a conciencia para no hundirse más de lo que creía estar en la miseria, se quitaba la camiseta que llevaba. Desvió la mirada hacia su abdomen para revisar el estado del moratón que tenía en él y trató de ignorar todos los pensamientos intrusivos que lo arañaron al hacerlo, el color del hematoma se había suavizado a lo largo de los días. Ya no estaba negro, su tonalidad logró apagarse hasta adoptar unos matices azuladas que se desviaban al verde, todavía algo oscuro.

Se acarició la zona sin pretenderlo, como si con un movimiento tan insignificante como ese lograra borrar las huellas de la agresión que sufrió por parte de Colin. Sus ojos, nuevamente alzados hacia una de las esquinas del cuarto de baño, se mantenían perdidos en la nada. Rememoraba el pasado, la tarde en la que tuvo que rendir cuentas frente al maldito monstruo con rostro humano que Roma tenía a modo de padre.

Y recordó su amenaza, la sumisión que le obligó a acatar antes de dejarlo a solas con su hija en mitad de las ruinas. Las náuseas agitaron su estómago al recordar el vomitivo beso que le dio, lo cual no fue nada en comparación con lo que era capaz de hacer; la repulsión, el asco, regresaron con unas llamaradas avivadas que le ardían a lo largo de la garganta. Sintió una arcada de tan solo pensar que todo eso fue real, afortunadamente, consiguió contenerla.

Ojalá pudiera...

¿Qué? ¿Ojalá pudieras qué? ¿Golpearlo? ¿Reventarle la cabeza? Ni siquiera fuiste capaz de defenderte. Das pena.

Apretó los puños por la rabia que sus propios pensamientos le causaron, pero todo el odio desapareció de un solo aletazo cuando escuchó que abrían la puerta. Sólo alcanzó a retroceder para agarrar de vuelta su camiseta antes de percibir la voz de su padre, al principio serena, aunque sería cuestión de segundos que su temperamento cambiara:

—Lo siento, no sabía que estaba ocupado— se disculpó Oscar junto al amago de cerrar.

El hombre abrió por segunda vez al reparar en el moratón que tenía su hijo desde el reflejo del cristal. Su ceño fruncido, interrogatorio, que acompañaba a los nudillos blancos de la mano con la que sujetaba la manilla de la puerta, no auguraban una conversación agradable desde la perspectiva del adolescente.

Un Ángel para RomaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora