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4 de octubre del 2017, miércoles.

Bajo un sol casi veraniego, Ángel y sus amigos se sentaron en uno de los bancos que había en el jardín delantero del Instituto Crosswell. Nick y Mario optaron por cruzarse de piernas en el suelo, con los libros de Economía sobre las rodillas del afroamericano para que su rubio amigo le ayudara a entender el tema. David esperó a encenderse un cigarro para mirar a los dos amigos que estudiaban sobre la piedra calentada durante la mañana.

—Yo ya doy Economía por perdida— admitió mientras le daba uno de sus cigarros a Jack, que se había recostado contra la madera gastada con los brazos tras la espalda de David y Ángel.

—Tú ya das todo el curso por perdido— recordó éste último, burlón.

—A que te doy con el cigarro en la yugular— Hizo un amago con la colilla bien agarrada que ni en mil años se hubiera atrevido a clavar en el cuello de su amigo.

El joven de ojos dorados soltó una suave risa mientras Jack le devolvía el mechero al pelirrojo, que soltaba el humo por la nariz, después regresó su brazo libre tras la espalda de Ángel.

—Sería todo un milagro que David supiera dónde está la yugular— aseguró Nick.

—¿Pero qué he hecho yo hoy para merecerme tales ataques?

—Me encanta que haya concretado lo de "hoy"— rió Jack.

—Cabrón...

—Y luego mamá pregunta de dónde me saco las palabrotas— habló Emily, una de las dos hermanas pequeñas de Mario y la que había empezado el instituto aquel mismo curso, mientras se acercaba a éste. David le dedicó una sonrisa amiga—. Sois muy mala influencia.

—Nos lo agradecerás en unos años— aseguró Jack.

—Seguro— Ella también sonrió, después se arrodilló tras Mario y le pasó los brazos sobre los hombros—. Hermanito...

Mario levantó la vista del libro, con un ojo cerrado ante el resplandor del sol, para mirar a Emily.

—¿Qué quieres?— preguntó tras volver al libro, acostumbrado a los puntazos de inesperado cariño por parte de sus hermanas.

—Dinerito para comprarme unas galletas— Ensanchó su sonrisa para marcar sus hoyuelos rodeados por su grueso pelo rizado.

—Tengo la cartera en la taquilla, dile a Rosy a ver si tiene algo.

—Ella tampoco tiene dinero.

—Si te lo doy yo, ¿me traes algo para comer?— ofreció Ángel.

Emily alzó la vista de su hermano y asintió enérgicamente en dirección al chico de ojos dorados, sonriente aún. Nuestro protagonista rió mientras sacaba la cartera del bolsillo delantero.

—Me la estáis malcriando— refunfuñó Mario.

—No es verdad— La niña le sacó la lengua a Mario, exagerando la mueca—. Pero ojalá tener a Ángel de hermano, es más majo que tú— se burló con la sonrisa de vuelta en sus labios.

Éste volvió a reír mientras le daba un billete de cinco dólares.

—Recuerda el trato, ¿eh? Me tienes que traer comida— Apartó el dinero por un momento para chincharla.

Un Ángel para RomaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora