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25 de noviembre de 2017, viernes.

Sanguijuela se levantó con gestos de cazador de la esquina en la que estuvo tumbado y se deslizó despacio, el estómago casi rozaba la alfombra del cuarto de Mario, hacia los pies de Ángel, sentado frente al escritorio de su amigo con la intención de adelantar parte del trabajo de McMahon mientras su compañero, tirado en la cama, jugaba con su recién redescubierta PSP. Habían acordado usar aquella tarde para agilizar el proyecto y, ya de paso, usarlo a modo de excusa para que el chico de ojos dorados pudiera pasar ahí la noche.

El pitbull se arrastró por debajo de la silla en la que estaba Ángel de forma ágil y, antes de que éste notara su presencia, le mordió el dobladillo del pantalón y comenzó a tirar de él para que le hiciera caso, perdiendo en un solo segundo todos los aires de arma asesina del principio. Su repentina víctima bajó la vista rápidamente al suelo por la impresión, incluso el pequeño susto, que le provocó la presencia del perro, aunque la sonrisa tranquila arraigó en sus labios al verlo.

Arrastró un poco hacia atrás su asiento y se agachó para cogerlo en brazos con cuidado de no recibir alguna mordida juguetona al intentarlo. Sanguijuela se removió al perder contacto con la alfombra y saltó sobre Ángel nada más se le cruzó la oportunidad por delante, hundiendo su cabeza contra su torso para dejarse deslizar hasta su regazo, quedando boca arriba sobre sus piernas con la lengua fuera, repartiendo golpes inconscientes con la cola y las patas dobladas. Había crecido bastante en dos meses, detalle que se notaba en su peso.

—Estate quieto que tengo que hacer esto— rió, de vuelta al trabajo. Agarró a Sanguijuela hasta medio sentarlo y lo sujetó con el brazo izquierdo para escribir en el portátil con el otro—. No como tu padre, que se está tocando las pelotas y lleva sin hacer nada toda la tarde.

—Mentira— gruñó Mario sin apartar los ojos de la PSP—. Estoy reviviendo mi infancia. Es increíble que siga funcionando este cacharro, ¿eh?

—Llevas reviviendo tu infancia una hora entera. Me voy a quedar con tu perro como compensación.

Su amigo pausó la partida, se tumbó con la espalda hacia arriba y colocó los codos a modo de apoyo para así mirar a Ángel.

—A Sanguijuela sólo me lo quitan por encima de mi cadáver, que te quede claro— amenazó, incluso lo señaló con la consola para fortificar sus palabras.

—Entonces tendré que matarte— dedujo con las cejas alzadas, girando la silla hacia él mientras el perro acurrucaba la cabeza en su hombro.

El can tenía de agresivo lo que Mario de ateo.

El muchacho de pelo ondulado cruzó los brazos por encima del lomo del animal para medio abrazarlo, le resultaba agradable estar en compañía de una mascota tan pacífica y amigable como aquella. Su amigo se levantó de la cama tras asegurarse de que definitivamente había dejado la partida en pausa, luego se acercó al escritorio para comprobar cuánto llevaban de trabajo. Asintió un poco una vez leyó por encima secciones sueltas del documento.

—Puf, ¿no te da un poco de pereza hacer deberes un viernes?— suspiró Mario. Cogió el ordenador y volvió a la cama.

—Sí. Y ya me has demostrado que a ti también— atacó, echado contra el respaldo y completamente atento a Sanguijuela.

Sujetó la cabeza del perro entre las manos y le acarició la parte trasera de las orejas con las yemas sin quitarle la vista de encima, su respiración tranquila comenzó a contagiarse al cuerpo del adolescente a cada exhalación pausada que daba. De una forma que no llegaba a entender, consiguió alcanzar un estado de paz mental que no lograba desde hacía semanas.

—Oye— Mario se aseguró de haber guardado el documento un par de veces antes de salir de él—, ¿y si nos vemos un par de capítulos de Futurama? Luego seguimos con el trabajo, nos merecemos un descansito— Le dedicó una sonrisa cómplice.

Un Ángel para RomaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora