-21-

6.6K 689 363
                                    

17 de octubre del 2017, martes.

Ángel llegó a su taquilla sin molestarse en quitarse los cascos, Vincent, cantada por Don McLean, sonaba a través de ellos. Sabía lo que le depararía el instituto una vez se quitara la protección de la música: un mar incontrolable de susurros, murmullos, miradas furtivas que fingía no notar, constantes conversaciones en las que creía (estaba convencido) escuchar su nombre, y todo eso provocado por su repentina idea de entrometerse en una pelea. Y acabar mal parado, por supuesto.

A la gente sólo le gustaba hablar si el héroe de turno terminaba derrotado.

Soltó un suspiro pesado mientras se colgaba la mochila de un hombro y buscaba los libros que necesitaba, concentrado en la canción. Había algo en la voz de aquel hombre que lograba calmarlo, un pequeño deje de lamento con el que pedía perdón en nombre de todos los culpables que no fueron capaces de ver entre ellos a alguien. Alguien que valía y que trataron como si no fuera nada, el que fue capaz de ver rizos en una noche estrellada que pasó inadvertida para el resto. Esa clase de alguien.

Salió de sus divagaciones cuando Mario chasqueó los dedos frente a su cara. Se giró hacia él, que abría su taquilla con la tranquilidad de la costumbre, después de ponerse los cascos al cuello.

—Estabas en las nubes— le explicó su mejor amigo.

Ángel señaló las almohadillas de sus auriculares.

—Ah, ya, se me olvidaba. Tú y tu maldita música— rió—. ¿Alguna que conozca?

—¿Vincent? Ya sabes, la de starry, starry night, paint your palette blue and grey... ¿no?

—No.

—Vaya.

Mario sonrió.

—¿Tus padre te dijeron algo por lo de la pelea?

—No, la verdad es que se lo tomaron bastante bien.

—Normal, yo tampoco sería capaz de echarle la bronca a alguien que tiene la cara tan hecha mierda como tú— bromeó—. Quiero decir, siempre has sido feo y tal, pero con las heridas... ¡Dios!

Su amigo le sonrió un poco, era consciente de su aspecto actual. Tenía la cuenca del ojo izquierdo cubierta por un tono que se difuminaba en una mezcla de negro y morado, una herida en la mejilla del mismo lado y una pequeña hendidura rojiza en el labio superior. Al menos la hinchazón no había sido demasiado resaltante.

—No, ahora en serio, ¿no te duelen o algo?— preguntó después de cerrar su taquilla.

—El moratón sí.

—Sólo a ti se te ocurre meterte en una pelea con Tyler— Soltó un bufido divertido.

—¿En serio? ¿Sólo a mí?

—Me refiero entre a las personas a las que no se les va la cabeza— Se quedó mirando a Ángel por un segundo—. Sabes que Roma me cae genial, pero ya viste lo que hizo ayer. Alguien que tiene bien la cabeza no hace eso.

—Tenemos dieciséis años, lo último que estamos es bien.

Mario sonrió.

Touché— aceptó mientras le daba una palmada en el hombro—. Me marcho. Tengo Economía a primera, ya sabes cómo es Smith, se cree que ha reinventado la Bolsa de Nueva York o algo.

—Suerte— le deseó con cierta ironía amistosa.

Esperó a perderlo entre sus compañeros para ponerse de nuevo los cascos y reiniciar la canción. No le servía interrumpirla, necesitaba disfrutar de la música al completo, sin paradas ni cortes, si no se sentía como si estuviera comentiendo un delito, aunque al cabo de unos segundos, Ángel se apartó una de las almohadillas de la oreja mientras sonreía. La razón fue tan simple como agradable: Roma había aparecido de la nada y se había colocado frente a la taquilla para cotillear lo que guardaba dentro.

Un Ángel para RomaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora