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—¿Eras de Boston?— se sorprendió Roma antes de apoyar las piernas sobre el volante—. Así que esa era tu ciudad.

Sep— aseguró su amigo mientras leía los últimos títulos de los CDs.

—¿Lo echas de menos?

Ángel se encogió de hombros.

—No demasiado...— Hizo una pausa para aclararse—. Todo era más fácil cuando vivía ahí, pero no sé, siento que aquí estoy mejor.

—¿Más fácil?— repitió tras soltar el humo—. ¿En qué sentido?

—Estabilidad— supuso—. Antes de que mi padre perdiera el trabajo, al menos, todo era bastante más tranquilo. De aquel entonces la ansiedad de mi hermano tampoco era tan jodida.

—¿Sufre de ansiedad?

—Sí... Desde hace casi tres años— suspiró, sacando el disco que había elegido su amiga para meter otro que le había llamado todavía más la atención.

—Menudas confianzas te tomas, ¿no?— rió Roma.

—Tienes a Bryan Adams, Nirvana, Bob Seger y Paul Young en el mismo CD y me pones la de My Sharona— Alzó la vista hacia la joven—. ¿Qué pasa contigo?

La chica se inclinó hacia él con una media sonrisa en el rostro.

—Que te jodan.

Ángel comenzó a reír antes de hundirse en el asiento junto a un suspiro de tranquila satisfacción. Miró de reojo a su amiga por un segundo.

—¿Qué es lo que encuentras tan divertido en fumar?

Ella sonrió, contemplando el cigarro.

—Me pongo la pistola entre los dientes para disparar pero no llego a sentir las balas. No por el momento, al menos— Se giró hacia él y observó su falta de reacción—. Es un chiste, ¿no pillas la gracia?

—No, la verdad.

—Las balas, si te alcanzan, siempre se sienten. He hecho una metáfora inexacta. Ahí está la gracia.

El joven se quedó en silencio, no mentía cuando dijo que había cosas que no sería capaz de entender acerca de ella. Las gracietas macabras seguían sin despertarle las carcajadas.

—¿Cómo es eso de tener un hermano?— cambió de tema al darse cuenta de que el anterior se había estancado.

—Depende el hermano, a mí me ha tocado uno bastante cabrón.

—¿Y tú no eres un poco cabrón con él? ¿Ni siquiera un poquito?— Ensanchó la sonrisa al ver que su amigo negaba con la cabeza—. Claro, eres tan santo que tú nunca rompes un plato... ¡Espera! ¿Por eso te llamaron Ángel?

El chico empezó a reír de nuevo.

—¡No soy tan bueno!

—Venga ya.

—En serio.

—No te creo. Para nada. Noup.

Ambos se aguantaron las palabras durante un momento con las miradas enfrentadas en un suspense decisivo. Al final, el muchacho se incorporó un poco mientras decía:

—Déjame eso— Señaló el cigarro.

—Fumar no te hace un chico malo— le contradijo ella mientras obedecía.

—Oye, es una forma de romper la ley, así que en cierto modo sí que me hace un poco más malo.

—Alguien que se llama Ángel no puede ser mala gente.

Un Ángel para RomaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora