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—Coño, si han pillado pizza— exclamó Roma mientras bajaban las escaleras que llevaban al sótano reformado como una sala de juegos. Saltó la barandilla a escasos peldaños de alcanzar la moqueta con la confianza de quien andaba por casa de un amigo—. Toma— Se giró hacia Ángel para pasarle un trozo cuando llegaron frente a la mesa.

El chico aceptó la porción y tuvo cuidado de no ponerse perdido con el queso a medio fundir. Roma se giró, trozo de pizza en mano, para repasar de un rápido vistazo el panorama que había en la planta subterránea de los Evans y sonrió al ver a Cho, Scott, Mario y David sentados en una esquina. Su mejor amiga le hizo un gesto enérgico con la mano para que se acercaran, haciendo gala de unos ánimos aún más alegres de los que solía tener.

—¿Qué tal con Rachel?— rió Mario, pícaro, cuando la pareja llegó a su altura.

Ángel se encogió de hombros con la intención de demostrar un misterio divertido mientras daba un mordisco a su pizza y Roma, curiosa, observaba la mesa de ping-pong que había a unos metros de ellos.

—¡Eh, Adam!, ¿te animas a un Cerveza Pong?— le gritó la joven desde la otra punta.

El anfitrión se giró hacia ella con una de las cejas alzadas y la boca curvada en una media sonrisa de interés.

—¡Se te da fatal ese juego!

—¡A ti también!— le recordó David, inclinado hacia el frente, para salir en defensa de Roma, que soltó una carcajada seca al oírlo.

—Que me ganaras una vez no significa que se me dé mal— Adam se acercó al grupo sin perder los dejes burlones—. Venga, te daré una ventaja: puedes elegir una pareja, a ser posible que no sea tan mala como tú.

La adolescente se lamió el labio inferior en una mezcla de rivalidad y ansias incontrolables de hacerlo comerse sus propias palabras mientras caminaba hacia la mesa de ping-pong.

—¿Cho?— Miró a su amiga.

—Eres una manta con la puntería y odio la cerveza, next— se excusó.

—Joder, eres una aguafiestas...— Apoyó ambas manos en el borde y se inclinó sobre el tablero, pensativa.

Al primogénito de los Evans se le daba bien aquel juego, Cho odiaba la cerveza, a Scott nunca le llegaron a gustar esa clase de partidas, no sabía cómo se las ingeniaba Mario en una situación así y David era tan malo como ella, puede que no tanto, aunque ambos rozaban el mismo nivel de fracaso. De repente, el rostro se le iluminó.

—¡Oh, Chico Nuevo!— Se incorporó rápidamente, señaló a Ángel con el dedo índice e hizo un gesto con él para que se acercara.

—¡Eh, eso es pasarse! ¡Es el maldito capitán del equipo de basket, tiene buena puntería!— se quejó Adam, que estaba poniendo los vasos y rellenándolos de cerveza.

—Seré mala pero no gilipollas, él juega conmigo— aceptó Roma mientras le agradecía a su compañero de juego la participación con un choque de puños—. Además, tú juegas a fútbol. También tienes buena puntería, no voy a ser yo aquí la idiota que no sepa apuntar.

Una vez terminaron de preparar el material (seis vasos en cada lado, aunque los de la pareja tenían más cerveza) y se terminaron sus trozos de pizza, la chica volvió a hablar:

—Vamos a humillarte en tu propia fiesta, amigo mío.

—Ya, claro— rió el anfitrión antes de coger una bola de plástico. Hizo el primer lanzamiento, el cual calló en un vaso de la fila del medio tras dar un bote en su propio tablero.

Roma observó la pelota sobre la cerveza con los brazos cruzados, la espuma cubría parte de su superficie.

—Malnacido— masculló.

Un Ángel para RomaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora