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La música se había parado.

Un par de profesores habían subido al escenario para buscar el causante del problema y así solucionarlo con la ayuda de Scott, un prodigio tecnológico, pero mientras tanto lo único que se escuchaba era el ruido ambiental de las conversaciones junto al roce de las ropas, el eco de las pisadas de alguien y, en general, la serenata que podría escucharse un día normal en cualquiera de los pasillos del instituto a primera hora. El ánimo inicial se había disipado, todo parecía mucho más aburrido, mundano, ahora que no podían disfrutar de ese curioso vínculo que los adolescentes parecían tener instintivamente con la música.

—¿Alguien viene a por algo para beber?— preguntó Roma, aburrida.

—Yo— respondió Ángel que, al igual que ella, dejaba de verle la gracia al baile.

Se disculparon frente al grupo, Nick, Scott y Penny eran los únicos que faltaban para completarlo, y se alejaron hacia la mesa de las bebidas sin decir nada. El chico sujetó la mano izquierda de su pareja con cuidado de no apretar demasiado en sus nudillos para poder seguirla sin problema entre la multitud, algunos estudiantes les dejaban paso sin problema mientras el máximo aporte que hacían otros era seguirlos de soslayo y con disimulo para después murmurarle algo al los que tenían al lado.

—Deberíamos haber traído algo de alcohol de extranjis— opinó Roma cuando las botellas de plástico quedaron a su alcance— y mezclarlo con uno de los ponches. Total, la mitad de los que estamos aquí bebemos y muchos de los que están en la otra mitad lo harán dentro de poco.

—Ya tenemos la fiesta de Ian para beber alcohol— le recordó mientras leía las etiquetas de las bebidas—. ¿Qué quieres tomar tú?

Al no recibir ningún tipo de respuesta por parte de la joven, le echó un vistazo de reojo. Ésta, con la cabeza alzada en una pose de animal de caza que vigilaba a su presa, las cejas fruncidas y un vaso lleno de Coca-Cola que se había servido sin que el muchacho se diera cuenta, miraba hacia un rincón del gimnasio.

—¿Crees que esa es la pareja con la que ha venido Nick y por eso no decía gran cosa sobre el tema?

Siguió el recorrido de sus ojos, olvidando los refrescos al momento. Algo en él, demasiado instintivo y primitivo como para ignorarlo, se removió en su estómago cuando se encontró a su amigo hablando con Tyler, aunque por la forma en la que el primero se echaba hacia atrás y el segundo se erguía sobre él, con el cuerpo tenso y las manos agarrotadas, furioso, supuso que la conversación no debía de ser precisamente apacible.

—No— Observó un par de segundos más, luego negó con la cabeza—. Claramente no.

Sin apenas pensánserlo, echó a andar hacia los dos chicos con una mueca de molestia en el rostro y seguido por Roma, que cinceló una sonrisa autodedicada al percibir el carácter recién despertado en su pareja. Ángel tenía una cosa muy clara: no iba a permitir que un gilipollas como aquel volviera a hacerle el mismo daño que le hizo en la fiesta de Adam al rubio, mucho menos ahora que se había enfrentado a peligros mayores que Tyler.

—¿Tienes algún maldito problema con él?— preguntó cuando apenas los separaban unos pasos, plantándole cara a su compañero de equipo y dejando a Nick a sus espaldas nada más llegar junto a ellos.

Tyler, con sus ojos azules que erradiaban maldad, puede que incluso algo de locura cruel, miró de arriba abajo al recién llegado mientras la adolescente se posicionaba a la diestra de Nick. Éste le sonrió al verla y buscó su brazo con la mano para sujetarla, para confirmar que la tenía cerca, antes de regresar su atención a Ángel.

—Vaya, estabas tardando mucho en aparecer, ¿no?— bufó Tyler—. Lo que pase entre él y yo es cosa nuestra, así que será mejor que nos dejes en paz. ¿O es que has olvidado lo que te pasó la última vez que te metiste donde no te llamaban?

Un Ángel para RomaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora