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21 de octubre del 2017, sábado.

Ángel cogió el portátil por la pantalla superior y lo dejó sobre el escritorio mientras se sentaba frente a él y conectaba el secador en el enchufe que había bajo la mesa. Lonely boy, de The Black Keys, sonaba desde su teléfono móvil a un volumen que, en un principio, puso de los nervios a Dante.

Como sigas agarrando el ordenador así te lo vas a cargar— aseguró Mario.

Llevaban unos quince minutos hablando por videollamada. Ángel ya estaba medio preparado para ir a la fiesta de Adam Evans: vaqueros y camiseta interior puesta, descalzo y con el pelo mojado. Su amigo, en cambio... bueno, aún seguía tumbado sobre la cama con el pijama puesto.

—Yo al menos muevo el puto portátil— dijo de vuelta frente a la pantalla—. Tú ni siquiera te has vestido.

¿Ah, sí? Pues tú no te has secado el pelo— contraatacó antes de incorporarse y apoyar la espalda contra el cabecero—. Ventajas de raparse.

El otro joven apuntó a la cámara de su ordenador con el secador y lo encendió como si hubiera disparado un arma, un zumbido cálido, aunque con un leve deje eléctrico, salió del motor.

—Estoy en ello. Soy productivo— Lo giró hacia el cabello para quitarse la humedad.

Vale, pillo la indirecta— aseguró mientras se levantaba. Dejó el portátil sobre la colcha, después se oyó el chirriar de su armario cuando lo abrió.

—No era una indirecta. Eres un vago y no me asusta decírtelo.

¡Que te jodan!

Ángel sonrió y agitó la cabeza para alborotarse los mechones castaños, que cayeron sobre su frente hasta cubrirle la mitad del rostro. Se los echó hacia atrás con la mano antes de levantarse e ir al armario, donde buscó una camiseta que ponerse. Volvió frente al portátil una vez se decidió por una de color marino, manga larga y con una talla de sobra que se compró por el simple hecho de que le resultaba tan cómoda que era como ir en pijama. Y creía que le quedaba medianamente bien, lo que, para él, era mucho.

Eh, se me había olvidado decirte una cosa— rió Mario una vez regresó frente a su ordenador—. Bueno, no, mejor adivina. ¿A que no sabes qué me ha dado mi padre?

—Sorpréndeme— le retó mientras cogía sus zapatillas de debajo del escritorio.

Joder, tío, he dicho que adivines.

Se encogió de hombros mientras se apartaba el pelo de los ojos. Echó mano del secador y lo encendió de nuevo para darle una última repasada a la humedad de los mechones.

—No.

Su amigo gruñó.

Condones. Y lo mejor ha sido cuando me ha dicho "Bueno, no te digo que no quiera ser abuelo, pero al menos espera a ser mayor de edad"— explicó, imitando a su padre.

—Es pastor.

Y progresista.

—Es verdad— Se peinó con los dedos y miró su débil reflejo sobre la pantalla por si se le había quedado aspecto de científico loco. A veces le pasaba—. ¿Y qué piensas hacer con eso?

Globos de agua— respondió mientras se ponía una camisa de cuadros sobre una camiseta de algodón gris claro—. O se los doy a Jack y David.

—Sí, mejor eso último— rió. Cogió su teléfono cuando comenzó a sonar y desenchufó el secador.

¿Quién es?

Un Ángel para RomaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora