35. Salvación a la vista

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Que Asher venía a buscarme, yo decía.

Que de seguro no tardaría en llegar, yo pensaba.

Y nada de eso se ha hecho real hasta el momento. Llevo casi una hora esperando a que el idiota de mi hermano pase por mí en un taxi o qué sé yo. El dinero que traigo no me alcanza para la duración del camino y estoy a punto de entrar en un colapso nervioso por la irresponsabilidad de mi hermano hacia mí.

No le dijiste que pasara por ti...

Si me trae, me tiene que buscar, ¿no crees?

Bueno, tal vez sea cierto...

Tal vez nada. ¿Qué se cree que soy? ¿una caricatura a la que de repente le salen alas y se va volando hasta llegar a su destino? Dios, dame paciencia que le propino un guantazo cuando lo vea. Además, el otro caso es que tengo los planes de disculparme con Dyl parados, porque para eso tengo que llegar a mi casa.

No queda casi nadie en el instituto a parte de los conserjes y la directora. Y yo aquí, de pie, como si fuese una flor y esté esperando a que me entierren. Ah, no. Ni siquiera hace falta porque "me dejaron plantada".

¿Mi celular? Ese es otro que ya anda en contra mía. Hasta me siento en una película en la que a la protagonista se le descarga el medio de comunicación cuando más lo necesita. Sólo falta que llegue un mafioso y me secuestre.

Ni modo, no me queda otra opción más que caminar. Pero es que Dios, queda demasiado lejos. Si en auto duramos aproximadamente diez o quince minutos, me tomará más de una hora llegar viva.

Qué vida me gasto, eh.

Rendida, camino por las calles que solemos transitar de camino y vuelta al instituto. Afortunadamente (y es lo único bueno de la situación), sé reconocerlas bien, pues a veces me mantengo viendo por la ventana cuando estamos todos muy cansados para hablar. Pasan autos, autos y más autos. Ningún taxi en el que esté mi hermano llamando "Hey, hermanita, vinimos por ti".

Cuando llevo aproximadamente veinte minutos caminando sobre el caliente asfalto de las calles, me detengo un momento para descansar. No debí descartar la idea de comenzar a hacer ejercicio, pero como siempre, me doy cuenta en los peores momentos.

Saco una botella de agua, solo queda un poco. La bebo. Y... pues no sé si han escuchado que el agua nos salva, pero creo que en esta ocasión me está poniendo en peligro.

Observo cómo un Jeep color negro y con cristales polarizados reduce la velocidad cerca de mí y se detiene unos metros más adelante. No es de ninguno de los chicos, moriré siendo joven y bella.

Lo del secuestro con el mafioso era broma, amo mi vida.

Pienso en qué hacer. Lo más conveniente es salir corriendo, pero no creo que me sirva de mucho con el dolor que tengo en los pies. Cuando comienzan a bajar el vidrio de conductor, reconsidero la idea.

Sí, debo correr. ¡Ahora!

Pero no lo hago, porque el rostro que aparece con una sonrisa radiante y unos lentes oscuros, hacen que me detenga.

No me van a secuestrar, tengo suerte.

—¿Necesitas un aventón? —pregunta el moreno.

Veo los ángeles cuando reconozco su cara. ¡Gracias por estar de mi lado por una vez en la vida, suerte!

No respondo. Rodeo el vehículo con rapidez y tomo el asiento de copiloto esperando a que no haya nadie. Efectivamente, está vacío. Miro al chico y le sonrío con agradecimiento. No solo porque me va a encaminar a mi casa, sino porque desde hace un tiempo pensé en un reencuentro.

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