36. Disculpas espiadas

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Entro completamente a la habitación de Dylan, cierro la puerta con lentitud detrás de mí. Me detengo unos segundos con el pomo en la mano y luego lo suelto como si quemara.

Ahora estoy nerviosa y parezco idiota.

¿Y si no me perdona? ¿Y si cree que todo esto es actuado también para que las cosas sean como antes? ¿Y si me echa de su casa y me tengo que ir con la dignidad por el suelo? ¿Y si...?

—Puedes sentarte mientras me pongo ropa —me saca de mi trance y lo veo entrar al baño con unas prendas en la mano.

¿Qué diablos...? Una persona que esté enojada contigo no te habla así, con tanta amabilidad.

Bueno, al menos no me odia.

Como tu conciencia, no creo que sea capaz.

Escaneo nuevamente la habitación ya que no tengo ninguna distracción en toalla a la vista. Porque así somos, perdemos tiempo en lugar de idear qué demonios voy a decir.

Mi atención cae en el pequeño estante pegado a la pared. Específicamente en unos cuadros ordenados linealmente. Me acerco a la primera foto e identifico a dos niños pequeños de pelo negro con expresiones casi idénticas. Se están abrazando y sonriendo a la cámara con diversión. Son Maddie y él de pequeños con unos... dos o tres años, aparentemente.

Seguido de esta, hay una de la familia completa. Una versión más joven de Marline carga al pequeño Dylan y José tiene a la tierna Maddie entre brazos.

Las fotos enmarcadas con diferentes diseños siguen, mostrando el crecimiento del chico que ahora se encuentra en el baño. Cuando llego a las de su adolescencia, encuentro a los chicos en un par y otra solo con Ethan. Mi boca se abre en una gran "o" cuando llego a la última foto de la línea.

Con un marco de color plateado decorado con espirales abiertos se encuentra una reciente. Pongo una mano en mi pecho que se encoge ante el detalle tan hermoso. Suspiro casi insonoramente con una cara de ternura y una estúpida sonrisa en mi rostro.

Somos Dylan y yo, abrazados en el muelle. Él me está mirando sonriente mientras yo saco la lengua con diversión. La forma en la que sus ojos se posan sobre mí hace que sienta diez mil emociones positivas al mismo tiempo.

Tiene una foto de nosotros en su habitación. Creo que voy a morir.

Fue tomada en el muelle. Lo sé por nuestras vestimentas y el agua que se observa detrás en el fondo. Es una selfie, por el ángulo en el que estamos.

Una realmente hermosa.

Observo la obra de arte como una idiota enamorada y me doy cuenta de que no tengo esa foto entre las que me enviaron, pues es la primera vez que la veo y vaya impresión que me acaba de ocasionar.

No presto atención a nada cuando escucho la puerta del baño abrirse. Estoy literalmente boba sin poder despegar los ojos de lo que estoy viendo. El perfume del mellizo llega a mis fosas nasales mientras se acerca. No borro mi sonrisa y se percata de ello.

Se coloca a mi lado derecho.

—¿Te gusta? —inquiere con un tono bajo que solo yo pueda escuchar.

—Me encanta —admito.

Dylan agarra la foto entre sus manos.

—Te la regalaría —sube la mirada —, pero es mi foto anual.

Frunzo el ceño.

—¿Tu... qué?

Los ojos le brillan cuando pasa la vista desde la foto hacia mí. La devuelve a la repisa.

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