13. Bailemos

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Alex aparca el auto a unos metros de la entrada

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Alex aparca el auto a unos metros de la entrada. Por un milagro encontramos un espacio vacío, aunque sospecho que estaba reservado para él, ya que estuvo demasiado a su rápido alcance. Ventajas de ser amigo del anfitrión, supongo.

Hablemos de la casa. Es enorme. Probablemente una seis veces la mía, y esta tiene dos niveles. ¿Acaso Ross Lynch y sus dieciséis hijos inexistentes son los que viven aquí? Porque no bromeo cuando digo que tiene un buen tamaño.

Nos bajamos del auto y caminamos hacia la entrada. La música se escucha aquí afuera, pero no demasiado como para conseguir quejas de vecinos. La entrada es una puerta grande hecha de hierro en tubos. Es doble y está abierta completamente, dándole paso a cualquiera que desee entrar a la fiesta. ¿No deberían tener un poco más de seguridad?

Relájate, estás en una fiesta, no en un museo.

Una vez pasada la puerta de hierro, nos encontramos con un jardín delantero de tamaño medio, cuyo terreno está adornado de una perfectamente verde yerba (incluso parece falsa) y dos pequeñas fuentes, una a cada lado.

Sí, fuentes. Estoy segura de que Mari, Sav y Carla estarían locas tirándose fotos en el lugar como si fuese el Museo de Louvre.

Maddie debe notar mi sorpresa ante la construcción de todo, por lo que me aclara.

—Es de su familia, ahora están de vacaciones en Florida y al parecer quiso aprovechar —sacude la cabeza y se acerca a mí para enganchar su brazo con el mío —. Pero no le pongas caso a nada de eso, vinimos a divertirnos y eso es lo que haremos.

Con su amplia sonrisa, me hala hasta adentro de la casa, dejando atrás a las pocas personas que se encontraban bebiendo o fumando en el jardín. Una vez dentro, me guía hasta un amplio salón cuya única iluminación son las decenas de luces coloridas puestas estratégicamente en las esquinas superiores de las paredes.

Más que una casa, se ve como una discoteca.

Una barra en forma de medialuna se observa en el lado izquierdo, donde tres chicos pasan las bebidas alcohólicas a los demás. La música que antes sonaba amortiguada ahora se escucha en todo su esplendor, haciendo que las personas tengan que comunicarse a gritos.

Alex aparece nuevamente detrás de nosotras y entra su cabeza entre las nuestras para que ambas podamos escuchar.

—¡Diviértanse, chicas!

Hacemos ademanes de despedida con las manos mientras se va por nuestra derecha.

Escucho la voz gritada de Maddie en mi oído izquierdo.

—Vamos por un trago.

No la contradigo. La sigo.

Ignoramos sutilmente las miradas que nos echan los chicos y las chicas cuando pasamos por sus lados. Estamos vestidas de una manera algo atrevida, pero me alegra que hayamos optado por pantalones y no por vestidos con los que se nos viera hasta la identidad.

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