6. Soluciones

219 105 71
                                    

En los cinco minutos que tengo aquí, me sigo preguntando si era realmente necesario venir a la enfermería por un raspón. También, mi mente insiste en que para este tipo de deportes o actividades deberíamos de usar algún tipo de protección que nos garantice cero heridas. Porque al parecer, en los otros dos cubículos de la enfermería hay dos heridos más. A este paso terminaremos en una masacre causada por el entrenador no-me-importa-si-mis-estudiantes-salen-con-un-brazo-roto.

Rebuscando entre unos cajones de metal se encuentra Maddie, echando ojo a cada uno en busca de una gasa o algo con lo que envolverme la herida. En el último, saca de mala gana un par de gasas y cinta adhesiva médica. Agarra unas tijeras rojas que yacían en la mesita al lado de la camilla en la que estoy sentada.

Sí, porque todo es demasiado formal aquí.

Hago la pregunta que tenía en mente hace una hora.

—¿No crees que deberíamos usar algún tipo de... uhm... protección para este tipo de clases? —inquiero —O al menos un uniforme en específico.

Rodea la camilla y se pone frente a mí con un banquillo que coloca a medio metro. Resopla, como si estuviese cansada de tanto agacharse y buscar. Con el entrenamiento que tuvimos hace unos minutos, no la culpo.

—Sí lo hacemos. Solo que no el primer día, porque se suponía que no nos iban a dar clases —encoge sus hombros y luego los deja caer con algo de cansancio —. Supongo que hoy nadie trajo su ropa deportiva. Oh, necesito alcohol.

Verla así, con movimientos tan apresurados, me recuerda a mi madre cada vez que mi hermano y yo nos raspábamos las rodillas. Siempre cuidando de nosotros... y echándonos uno que otro regaño por correr en las aceras. Igual que papá y mi abuela.

Maddie vuelve con un bote de alcohol isopropílico.

—Menos mal que traías sudadera. De lo contrario hubiese sido un problema —se vuelve a sentar en el banquillo y se acerca más a la camilla —. Quítatela.

Como niña pequeña y obediente, tomo los bordes de la sudadera negra y tiro un poco de ella hacia arriba. El repentino aire que entra por todos lados y lo que cubre mi piel me hace caer en la realidad.

Mis manos vacilan y sueltan la tela. Mi amiga frunce el ceño. Yo comienzo a preocuparme. Ella se confunde más.

Jodida y reverendísima mierda.

—Uhm... Maddie...

—¿Qué...?

—Creo que sí tenemos un problema.

Camino de un lado a otro, desesperada porque regrese. Ya lleva unos veinte minutos fuera buscando una solución de la que no me informó y no ha vuelto. El timbre para el receso ha sonado hace aproximadamente siete minutos y yo estoy parada como una idiota en medio de la enfermería con un raspón, una sudadera rota, los pies cansados y la ansiedad aumentando.

Y todo es culpa de ese tedioso profesor que le surgió la buena idea de dar clases un día que todo ser humano sabe que no es común que lo hagan y mucho menos una clase de educación física en las que nos ponen saltar como canguros, esquivar como patinadores y agacharnos como gatos que pasan por debajo de una puerta.

Escucho la pequeña puerta de metal abrirse y juro que veo a los ángeles viniendo por mí. La imagen de mi amiga con una solución acapara mi cabeza, pero el pensamiento negativo de que no la tenga me hace sentir ansiosa y pensar que nada se arreglará y tendré que irme de la escuela hasta mi casa solo por no poder conseguir algo decente para venir.

La Nueva Vida De Hayden ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora