20. Momentos

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Se me pierde la vista en la ventana probablemente por enésima vez. Dylan no se impacienta frente a mí y espera con cautela a que empiece a hablar, pero no sucede. Hemos estado alrededor de quince minutos haciendo nada. No me presiona, cosa que agradezco ya que no ha sido fácil hablar del tema y nunca lo he hecho.

Busco las palabras para iniciar, pero mi mente está en blanco. Como si de repente todos los recuerdos hubieran salido juntos y no puedo identificar cuál es el que debo contar, cuál debo elegir para que se proyecte en mi mente y narrarlo con palabras.

Se me está haciendo imposible.

Dylan se acerca más a donde estoy y nuestras rodillas chocan. Nos encontramos encima de la cama sentados en posición de indio. Él toma mis manos temblorosas y las sostiene entre las suyas haciendo círculos en las palmas con intenciones de relajarme.

Y es que sí, estoy muy tensa.

Me dejo llevar por sus caricias y mi cuerpo comienza a relajarse considerablemente. Me recorre los dedos, las palmas y las muñecas. Cuando me siento lista para soltarlo todo, tomo una respiración profunda y comienzo a soltar las palabras.

—Cinco meses atrás, mi padre murió.

Esas simples palabras me transportan a ese día. Las máquinas, los pitidos, él inmóvil, yo sin saber qué hacer. Es la experiencia más dolorosa que he tenido que vivir a lo largo de mis casi dieciocho años.

Mis ojos comienzan a cristalizarse y siento cómo Dylan sigue acariciándome las manos. Continúo.

—Estábamos en el Hospital Central de Chicago. Era martes y llovía muy fuerte.

» Mi padre estaba en ese hospital desde hacía tres semanas. No le daban de alta porque un día estaba mal, otro bien, otro ni sabíamos, pero su situación era muy variante. Sufría del corazón, le daban ataques constantemente pero siempre llegábamos a tiempo al hospital para que fuera tratado.

A este paso, ya tenía las mejillas húmedas por las lágrimas, pero esta vez no me importaba en absoluto. De todos modos, sabía que esto en algún momento iba a pasar. Él suelta una de mis manos para enjugarme las lágrimas con su pulgar. No sirve de mucho, pues otras comienzan a resbalar por mi cara nuevamente.

Tomo otra bocanada de aire antes de proseguir.

—Mi familia y yo siempre éramos positivos, pero eso se fue decayendo al mismo tiempo que mi padre lo hacía. Unos teníamos la esperanza de que se recuperara e irnos a casa, mientras otros... se preparaban mentalmente para perderlo. Yo nunca lo hice. Mamá tampoco.

» Luego de un par de semanas más, el doctor que lo atendía nos dijo que ya se encontraba bastante bien, que en unos días podíamos volver a casa, claramente con las condiciones de que debíamos atenderlo cuidadosamente y darle los medicamentos correspondientes.

Los labios me comienzan a temblar bruscamente cuando las imágenes de esos momentos vienen a mi mente.

—Y-yo estaba muy feliz y... —sollozo fuertemente —me dejaron ir a verlo, y-yo...

—Ey, ey, ey —el pelinegro me acuna la cara entre sus manos con mucho cuidado —. Respira.

Hago lo indicado varias veces y en un estúpido intento de secarme las lágrimas, caen más.

—Entré a la habitación y él estaba durmiendo —mi voz es casi un susurro —, o eso era lo que yo creía.

» Él... comenzó a tener un ataque repentinamente. Solo podía ver su cuerpo agitándose bruscamente, la máquina con los pitidos rápidos y las enfermeras entrando a toda prisa. Nadie se molestó en sacarme de la habitación. Yo estaba ahí, viendo cómo intentaban recuperar el ritmo normal de sus latidos.

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