Capítulo 3

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Tras el final de la vista, Ellie Miller se ha refugiado en los aseos del palacio de justicia. Necesita alejarse de todos, evitar que la vean derrumbarse. Tampoco quiere enfrentarse a la ira de Beth. Ya tiene bastante con tener a Tom enfadado con ella y sin dirigirle la palabra. No necesita más desplantes por parte de las personas que le importan. No puede creer que Joe esté haciéndoles esto. A todos ellos. Parece una locura. Es una locura. Esto no hace sino confirmar la frase de que nunca se conoce del todo a alguien. Sentada en el retrete, abraza su bolso, intentando refrenar el rio de lágrimas saladas que caen como una catarata por sus mejillas.

Está tan metida en sus pensamientos que ni siquiera es consciente de que alguien entra a los aseos, colocando un cartel de «¡CUIDADO! LIMPIEZA EN CURSO» en el pasillo, para así, bloquear la entrada.

A los pocos segundos, tocan la puerta de su compartimento.

—¡Está ocupado! —exclama la que antaño fuera sargento de policía en un tono airado.

Ni en un millar de años habría adivinado la voz que escucha a continuación.

—Lo sé —afirma Hardy en un tono calmado, conciliador—. Salga, Miller.

Como si su cuerpo recordase el protocolo, sigue las órdenes de su anterior superior al pie de la letra. Odia esa sensación. Siente como si estuviera cumpliendo las órdenes que le da un militar. Aunque admite ligeramente que es algo que echaba de menos estos meses. La idea de Alec Hardy dándole órdenes nuevamente le da una mínima sensación de seguridad y normalidad, como antaño hiciera. En cuanto abre la puerta de su compartimento, se encuentra cara a cara con el escocés y su compañera y buena amiga taheña.

—¡Márchese! —exclama, alarmada—. ¡Es el aseo de mujeres! ¡No puede entrar aquí!

—Ya se lo he dicho yo, Ellie —menciona Cora, asintiendo—, pero ya lo conoces... Ni caso.

—Estaba tardando mucho —se justifica él, antes de percatarse de que una mujer ha entrado—. ¡Eh, hay un cartel! ¡Lo están limpiando! —indica elevando ligeramente la voz, lo que no deja de ser un momento sutilmente cómico, provocando que la pelirroja y la castaña se tapen las bocas, reprimiendo una breve carcajada—. ¡Fuera, fuera! —hace un gesto con el brazo izquierdo, como si espantase moscas, y la mujer que apenas ha puesto un pie en el aseo, sale escopeteada.

Ellie se seca las lágrimas con un pañuelo que le entrega su amiga de ojos azules, tras brindarle un beso en la mejilla a modo de saludo. Se coloca frente a uno de los lavabos que hay allí dispuestos, mirándose en el espejo, intentando adecentarse, disimular la rojez que han dejado las lágrimas saladas en su piel. Se aclara el rostro con algo de agua fría. Por su parte, sus dos amigos se apoyan en los lavabos que hay tras ella, observándola.

—No dejes que te afecte —aconseja Cora una vez la castaña se ha girado para mirarlos, apoyándose ella también en la superficie en la que se encuentran los lavabos.

—Muchas gracias —responde la exmujer del reo con un tono sarcástico—. Gran consejo.

—Lo siento —se disculpa la de piel de alabastro, y Ellie le dedica una leve sonrisa, indicándole que no le ha molestado.

—No pasa nada —niega con la cabeza, despojándose de sus lágrimas—. Sé que solo intentas ayudar —asegura, sintiéndose reconfortada por el apoyo de Alec y Coraline—. Pillasteis a Joe. Tenía el móvil de Danny. Lo detuvisteis y lo interrogasteis —rememora el día de la detención de su marido. No hay forma de que pueda olvidarlo. Lleva semanas repasándolo en su mente, cada vez que se despierta por las mañanas—. No se resistió. Es culpable —sentencia, como si intentase convencerse de que lo que ha escuchado en la vista no es más que una ilusión.

La Verdad tras la Justicia (Broadchurch)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora