Capítulo 23

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Mark Latimer se ha reunido a los pies de la falda de la colina con su abogada, Jocelyn Knight. La sesión del juicio de hoy no ha ido como esperaban, y ha visto necesario hablar con ella tras su conversación con Beth. Quiere que deje de tenerle miedo al futuro. A lo que pueda pasar. La abogada de ojos verdes suspira pesadamente, pues ella tampoco está demasiado contenta por cómo van las cosas. El panorama empieza a oscurecerse ligeramente.

—La defensa quiere que el jurado crea que yo maté a Dan y que le pedí a Nige que se deshiciera del cuerpo, ¿verdad? —expone el argumento para la defensa que Sharon ha establecido en estas últimas sesiones del juicio, y por desgracia, la propia mujer de cabello rubio-platino debe admitir que es una buena defensa.

—Sí, eso es lo que pretenden.

—He estado leyendo sobre otra familia —admite el patriarca de los Latimer en un tono amigable—. Decían que el juicio había sido tan duro como el asesinato en sí, y pensé: «es imposible» —comparte una sonrisa ligeramente irónica, pues el resultado es muy distinto a lo que todos imaginaban—. Pero entrar ahí todos los días, y ver cómo exponen nuestras vidas... —da un suspiro que casi se asemeja a un grito ahogado—. Lo único que hicimos fue querer a nuestro hijo —Mark parece a punto de derrumbarse por la pena en este preciso instante—. Lo entiendo: quiere que suba al estrado, ¿verdad? —posa sus ojos castaños en ella tras tragar saliva, obligándose a permanecer firme y no desvanecer.

—¿Sinceramente? No lo sé —se sincera con él la abogada—. Tiene una hora sin coartada la noche que Danny fue asesinado.

—No tiene que protegerme, Jocelyn —intenta calmarla el fontanero, pues incluso él advierte la inseguridad y el nerviosismo que irradia la veterana letrada—. Usted misma dijo que alguien tenía que defender a Danny —le recuerda, y ella asiente lentamente—. Bueno, soy su padre... Debería hacerlo yo, ¿no? —sabe exactamente a lo que se estará exponiendo al declarar en el estrado, pero el ejemplo de Coraline, que tenía tanto que perder y tanto por lo que ser juzgada, y aun así decidió testificar, le ha dado fuerzas para querer enfrentar esa eventualidad.


A varios kilómetros de allí, en la iglesia del pueblo, Paul Coates y Maggie Radcliffe esperan a Beth Latimer. Ésta, vestida con una chaqueta azul marina, camisa verde turquesa, pantalones vaqueros y deportivas blancas, llega caminando a paso ligero. Parece decidida, o por lo menos eso parece al observar su rostro. Los dos amigos contemplan que viene sola, sin su marido.

—¿Mark no viene? —cuestiona la editora del periódico local.

—No —niega la joven madre casi sin aliento, pues ha salido con prisas de casa, esperando lograr llegar a tiempo a la cita con el grupo que le mencionaron—. ¿Están aquí? —cuestiona en un tono que se resquebraja ligeramente, algo temerosa.

—Sí, están dentro, con el líder del grupo —responde el vicario tras dar una mirada al interior de la iglesia, antes de posar sus ojos azules en la madre de Danny, quien ahora tiene una expresión menos segur, casi pálida y nerviosa.

—¿Por qué estoy haciendo esto? —se pregunta en voz alta la joven castaña, provocando que Coates y Radcliffe intercambien una mirada preocupada. Es la segunda quien decide hablar, dándole a Beth la oportunidad de pensárselo nuevamente, para así, posponerlo para otro momento.

—Quizás es demasiado pronto...

—No, no, no... Puedo enfrentarme a ellos —sabe que necesita hacerlo, aunque, por otro lado, algo en su interior le pida que salga corriendo en dirección contraria y que no mire atrás. Algo le dice que no está preparada, que aún necesita tiempo, pero elige ignorar esa sensación.

Entra a la iglesia con pasos ligeramente vacilantes, apoyada en todo momento por la presencia de Paul y Maggie a su espalda. Cuando posa sus ojos en el primer hombre que queda a la vista, siente que la bilis se le sube a la garganta: es un hombre blanco, de complexión musculosa, joven, alopécico... Igual que Joe Miller. Comprueba que la mayoría de los hombres allí reunidos comparten esa última característica. Pasea su mirada por todos ellos, y algunos se atreven a girarse para observarla. La mayoría le sostiene la mirada, y siente ganas de gritar, de espetarles que no tienen derecho a hacerlo cuando les han arruinado la vida a tantos niños. Hay hombre que incluso podrían ser su propio padre. Siente escalofríos al plantearse esa posibilidad. El terror comienza a invadirla poco a poco solo de imaginarse que Danny pudiera estar chateando con alguno de ellos. Su Danny, que aún era tan pequeño... Charlando con un adulto que quiere hacerle ese tipo de daño. No lo soporta. No puede enfrentarse a ello. Ahora no. Pasa entre Maggie y Paul, y está corriendo lejos de allí antes siquiera de percatarse de ello. Es como si su cuerpo se hubiera empezado a mover solo, por inercia, y no puede hacerlo parar. Cuando finalmente lo hace, el atardecer ha comenzado. Las lágrimas brotan de sus ojos, y los gritos desesperados llegan a su garganta, soltando toda su frustración, su impotencia, su tristeza, al aire. A la nada. A quienquiera que la escuche. Porque no es justo. No es justo que su hijo tuviera que morir... Y el hombre que lo asesinó intente librarse de su culpa.

La Verdad tras la Justicia (Broadchurch)Where stories live. Discover now