Capítulo 22

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En su casa del acantilado de Broadchurch, Jocelyn Knight está regodeándose ligeramente de la pequeña victoria que ha conseguido en la sala número uno del juzgado de Wessex. Disfruta de una buena copa de vino tinto a base de suaves y pequeños sorbos. Ben Haywood, su asistente, sale del interior de la vivienda habiéndose despojado de su chaqueta habitual, aún con sus gafas de trabajo puestas.

—Te he enviado los archivos de audio de los documentos que me pediste —menciona el joven en un tono cansado, pues ha estado las últimas horas en casa de su jefa y socia haciendo eso mismo.

—Oh, bien —asiente Jocelyn—. Ahora, necesito que leas y que grabes estos también —sentencia, entregándole unos documentos que estaba intentando revisar, pero inútilmente, pues su impedimento visual ha regresado—. Y esto —añade, antes de entregarle un nuevo fichero repleto de hojas, apenas sin dejar que el pobre joven de cabello rubio proteste ante la ingente cantidad de trabajo que le está dando—. Y estos también, por favor.

—¿Qué? —Ben está confuso—. ¡No puedo!

—Tienes que hacerlo.

—Jocelyn, tengo muchas otras cosas que hacer —intenta razonar con ella el joven abogado.

—¡Pues trabaja más rápido! —exclama la veterana abogada de cabello rubio-platino.

—¡No! —Haywood se planta en este instante: ya es suficiente. Día tras día debe pasar noches en vela grabando en audios las transcripciones de todos los documentos que su jefa necesita para cada sesión del juicio, y está francamente extenuado. Necesita descansar—. Léete tú tus documentos —le espeta en un tono que deja constancia de su molestia—. No pienso seguir quedándome hasta las tres de la mañana leyendo en alto para que tu puedas sentarte con los ojos cerrados —continúa expresando su frustración, sin siquiera ser consciente de que Maggie Radcliffe acaba de entrar al recinto por la puerta del jardín, con una sonrisa en los labios—. ¡No puedo trabajar así! ¡Eres una maldita pesadilla! —le espeta, sorprendiendo a Jocelyn, quien al fin está aliviada de ver algo de resistencia y carácter por parte de su subordinado, sonriendo con un ligero toque de orgullo—. Me voy a casa a ver a mi familia —sentencia con un tono más calmado, ahora que se ha desahogado—. Nos vemos mañana en los juzgados —se despide, ingresando al interior de la casa, para así, atravesarla y llegar a la puerta frontal, en cuyo aparcamiento se encuentra estacionado su coche.

Maggie se acerca entonces a la veterana abogada de ojos oliva con una mirada de «¿qué has hecho ahora?», antes de dejar su bolso en el suelo, sentándose con ella en el banco de su jardín.

—No me mires así —se ríe Jocelyn, pues la compañía de Maggie siempre es bienvenida—. ¿Cuánto has oído? —cuestiona, haciendo alusión a su conversación con Ben.

—Lo suficiente —responde la editora del periódico local con una sonrisa que rivaliza la de su compañera. Coloca su codo derecho en la parte superior del banco, de modo que apoya su mano derecha en su mejilla derecha—. No se lo has contado, ¿verdad? —indaga, y para su nula sorpresa, comprueba que la avispada mujer de cabello rubio-platino, niega con la cabeza.

La editora del Eco de Broadchurch suspira pesadamente y niega con la cabeza: Jocelyn siempre ha sido así. Corajuda hasta el final, aunque eso implique no pedir ayuda a nadie, ni decir la verdad a las personas que se preocupan por ella. La propia Maggie, ha conseguido penetrar esas defensas suyas que impiden que alguien se acerque a ella, a base de constancia durante años. Conoce perfectamente lo obstinada y orgullosa que es esta mujer, y no ve el momento de darle una buena dosis de humildad.


Tras recoger a Fred de la guardería local, Ellie empuja ahora su cochecito por el pequeño parque de atracciones que han montado justo detrás de la pequeña vivienda alquilada de Hardy. Pasan entre multitud de niños y adultos por igual, que ríen y juegan, realmente dichosos por tener la oportunidad de pasar un momento así en ese parque de diversiones. Sin embargo, la mirada y la expresión molesta del inspector es lo que más desternilla a Coraline y Ellie, quienes no pueden evitar divertirse a su costa. Parece que no tenía idea de que fueran a montar ese espectáculo y alboroto justo detrás de su casa. La taheña se compadece de él, pues está segura de que no podrá dormir hasta bien entrada la noche, pero no puede evitar el encontrar realmente divertida esta singular situación.

La Verdad tras la Justicia (Broadchurch)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora