CAPÍTULO 3

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Aquella fina tarjeta era para recordarme que él era el único responsable de mi despido, era el maldito gilipollas que me tiró a la calle sin contemplación

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Aquella fina tarjeta era para recordarme que él era el único responsable de mi despido, era el maldito gilipollas que me tiró a la calle sin contemplación.

Me levanté de la cama sientiendo el latido de mi corazón en la garganta, con el coraje saliendo por cada poro de mi piel y tire el pedazo de cartón a al cesto de la basura.

¡Estúpido, de mierda!

Estaba peor que al principio, porque hace un año atrás al menos tenía una maleta con unas pocas cosas, ahora no tenía nada más que unos cuantos billetes en mi cartera que se acabarían pronto y ya no tendría ni para un trozo de pan duro.

En medio de toda la mala situación podía rescatar algo bueno y eso sin duda era que pasaría más tiempo con mi mejor amiga. Compartiremos cama y me había ofrecido su guardarropas para que hiciera uso de él hasta que pudiera comprar mis propias cosas, algo que parecía estar muy lejos de suceder si no encontraba un trabajo pronto.

Un ruido de algo cayendo en el piso me hizo despertarte y con la poca luz que se filtraba por las ventanas, me percaté que Sara ya estaba enfundada en su uniforme de trabajo, el mismo que yo tenía y que usaba hace apenas un día.

—No quería despertarte, lo siento —musitó avergonzada.

—Tranquila, necesito salir temprano —dije a cambio, pensando en salir a buscar un trabajo y no regresar hasta encontrarlo.

—No hace falta que madrugues tanto —replicó al tiempo que puso los ojos en blanco—. Hay cereal y comida en la nevera, puedes comer lo que gustes.

No podía quejarme de la amiga tan maravillosa que la vida me había regalado, no solo era muy noble, también era muy tierna y responsable.

Quedarme sola no me inquietaba, pero tan pronto ella se marchó me empecé a preparar para salir a la calle. No demoré más de treinta minutos en ponerme unos jeans, camiseta y un par de zapatillas deportivas para poder caminar cómoda por toda la ciudad. La ropa de Sara me quedaba algo ajustada, ella era un poco más delgada que yo, pero al menos era ropa muy desente y de colores neutros.

Tome mi móvil, mi currículum y una galleta de avena y salí de la que ahora era mi casa temporal.

«Necesitas un trabajo, Elena». Me repetía la voz en mi cabeza que sabía que no podiamos aprovecharnos de la bondad de mi amiga.

Caminé y caminé muchas millas en busca de alguna vacante, perdí la cuenta de cuántas puertas abrí esperanzada y salí sin obtener nada. Conseguir trabajo parecía una tarea muy difícil en estos tiempos y la verdad no sabía hacer la gran cosa, mi primer trabajo había sido el de la cafetería, así que ni hablar de mi experiencia laboral.

Mis pies empezaron a dolor un poco conforme el atardecer llegaba y mi estómago rugía por el hambre voraz que tenía. Decidí detenerme unos minutos en una puesto de comida rápida, así que pedí un sándwich de jamón y un resfresco de cola, suficiente para saciar mi hambre y continuar la búsqueda hasta que cayera la noche.

Una Peligrosa PropuestaWhere stories live. Discover now