CAPÍTULO 4

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Un punzante dolor me martillaba la cabeza con tanta fuerza que terminó sacándome del estado de inconsciencia en el que me encontraba

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Un punzante dolor me martillaba la cabeza con tanta fuerza que terminó sacándome del estado de inconsciencia en el que me encontraba. Sentía la garganta reseca con un ardor que incluso pasar saliva era muy dificil.

¡Joder, ¿qué hice?!

Trate de recordar lo que había pasado, pero las imágenes que llegaban a mi cabeza no eran muy claras y no terminaban de encajar. Lo que si llegó como una cubeta de agua fría sobre mí fue el recuerdo de Joel entrando en el apartamento en compañía de otra chica. Aquellos candentes besos que se daban se reproducieron en mi cabeza y el dolor en mi pecho se incrementó.

No podía creerlo, nuestra relación había terminando por una maldita traición de su parte y en el peor momento de mi vida.

—Elena, ya despertaste —mi amiga entró en la habitación y se veía ligeramente angustiada.

—¿Qué pasó? —conseguí preguntar con la voz ronca.

Me di cuenta que estaba en la cama, con un pijama puesto y sin saber cómo llegué ahí.

—También quiero saber eso —apuntó—, pero ahora necesito que hables con tu hermana porque está desesperada tratando de hablar contigo y Joel no ha dejado de llamar preguntando por ti.

—Les llamaré ahora mismo —indiqué, mire mi móvil sobre la mesilla y marqué el contacto de mi hermana, al primer tono respondió.

—Joder, Elena, llevo días tratando de localizarte —masculló furiosa y mi cabeza lo resintió—. Nos están echando a la calle y tú dandote la gran vida en Barcelona —recriminó.

—¿Qué dices? —inquirí.

No estaba comprendiendo nada de lo que estaba diciendo o seguía tan ebria que estaba escuchando lo que no era.

—Hace una semana la dueña de la casa nos pidió que desalojemos porque venderá la propiedad —dijo y percibí la preocupación en su voz—. Esta semana no nos has enviado dinero y no hemos podido encontrar otro lugar donde vivir. ¿Qué vamos a hacer? —interrogó angustiada.

Todo el alcohol que podía tener adormecido mi cerebro se drenó a mis pies dejándome comprender lo que estaba pasando. Mi familia estaba quedando en la calle y no tenía ni un puñetero euro para ayudarles.
Qué se supone que haría en esta situación cuando ni siquiera yo tenía un lugar donde vivir u ofrecerles para quedarse.

—¿Cuánto tiempo tenemos? —indague.

—Tres días —contestó.

¡¿Tres días?! Eso era muy poco tiempo. Cómo diantres conseguiría un trabajo y dónde vivir en tres días.

—Lo resolveré —pronuncié sin siquiera saber qué podía hacer ante la situación.

Finalice la llamada sin esperar a que dijera nada más, dejé caer el móvil sobre la cama y mire a mi amiga que esperaba expectante a qué le dijera lo que ocurría.

Una Peligrosa PropuestaWhere stories live. Discover now