CAPÍTULO 17

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POV Mancini

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POV Mancini

El sudor cubría mi piel, un calor abrasador me estaba consumiendo y el esfuerzo que estaba haciendo para no follarla como un maldito salvaje era sobrehumano. Estaba enceguecido por el deseo, mi polla, endurecida, dolía demasiado entre mi ropa, no sabía cuánto más podría soportar estar fuera de esa mujer que me estaba enloqueciéndome. Le deseaba, tanto como jamás había deseado a otra. Ella ya no sólo era un capricho, era una obsesión. La disfrutaría, la follaría hasta aburrirme o hasta encontrarle un remplazo, después la alejaría de mi marca con una muy buena liquidación que le permitirá vivir cómodamente el resto de su vida.

Su piel, tersa y suave me recordaba a las rosas, su aroma exquisito a lavanda me instaba a saborear cada centímetro de ella. Necesitaba fundirme en esa mujer durante horas, necesitaba sentirla retorcerse bajo mi cuerpo mientras la penetraba sin piedad.

No podía ofrecerle más que lo que le ofrecía a todas las demás: buen sexo y muchos lujos. No hay amor, no hay sentimientos, no hay nada que me una a ninguna mujer, salvo a esa que había dejado en el pasado y que esperaba no volverme a cruzar.

Bajaba por su abdomen, dejando un camino de besos acompañados de pequeños mordiscos que hacían que ella se retorciera. No me importaba dejar algunas marcas en su piel, pues se desvanecerían en unos días, justo antes de que tuviera que presentarse en pasarela. Así que no me limitaba en mostrarme tal cual era, un hombre apasionado, salvaje y dominante. Un maldito bastardo que buscaba saciar sus más retorcidas pasiones en mujeres como ella; joven, inexperta y fácil de manipular. Me encantaba disfrutar de mujeres con poco recorrido sexual para ser yo mismo quien se encargará de mostrarle el limite del dolor y del placer. Me excitaba verlas quejarse, verlas casi lloriquear y aún así seguir recibiendo mi polla, abriéndose cual flor en primavera.

Era retorcido, sí, sí que lo era, pero las mujeres los eran más que yo al aceptar cederme su cuerpo y el control de sus sensaciones. Ellas estaban mucho más retorcidas al disfrutar recibir dolor como yo al provocarlo.

Mi boca llego hasta donde el elástico de sus braguitas cubría esa zona que quería devorar, así que jugueteaba un poco con su ropa para hacerle desear un poco más que calmara esa excitación que ya no podía ocultar, pues la humedad de su vagina traspasaba la delgada tela de sus bragas dejándome saber que estaba lista para mí, para que la poseyera y la hiciera conocer el cielo y el infierno en la tierra.

Retiré el pequeño trozo de tela que yo mismo me encargue de elegir para ella y cuando la tela rozó sus pliegos un gemido salió de su garganta al tiempo que su espalda se arqueó. Empecé a besar sus tobillos, subiendo poco a poco por lo largo de sus piernas, hasta llegar a la cara interna de sus muslos que se tensaron de inmediato al sentirme tan cerca de su intimidad. Respire profundo para calmar el ansía que me recorría, quería hacerla disfrutar a ella primero, quería hacer que se corriera sin llegar a penetrarla. Era una necesidad básica para mí que la mujer tuviese placer antes que yo, aunque, claro estaba que me daba mucho placer escuchar sus gemidos incontrolables y sentir su humedad por lo que mis manos y mis besos podían causarle a su cuerpo.

Una Peligrosa PropuestaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora