CAPÍTULO 18

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El agua de la ducha caía sobre mi cuerpo terminando de espabilarme, haciendo que el calor que emanaba mi piel disminuyera

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El agua de la ducha caía sobre mi cuerpo terminando de espabilarme, haciendo que el calor que emanaba mi piel disminuyera. Estaba agitada, con el corazón palpitando a toda marcha y con un enorme enredo en la cabeza que no me dejaba pensar con verdadera claridad. Todo estaba pasando tan rápido que era incapaz de organizar mi ideas.

—Maldita sea, en qué me he metido —farfullé con rabia.

Era la primera vez que me miraba envuelta en una situación tan complicada y la vez tan placentera, no podía negar que ese hombre era alguna especie de dios bajado del cielo, ¡joder!, es que sabía exactamente como hacerme desearle, como perder el juicio con su sola presencia y más con su tacto. Estaba perdida frente a ese hombre de ojos hermosos. Lo más sabio era mantener la distancia si no quería terminar envuelta en más líos de los que ya estaba.

No pude evitar pensar en huir en el momento en que salió de la habitación a atender a quien fuese que le llamo, la idea de seguir su orden jamás cruzó mi cabeza. No, es que yo no podía seguir bajo el mismo techo que él, porque eso significaba que terminaría en su cama, tal como él quería que estuviese y no podía hacerlo. Dónde quedaría mi dignidad si permitía eso. No, no podía caer así de fácil en las garras de ese hombre por mucho que mi cuerpo le deseara, resistiría. Yo tenía el control sobre mi cuerpo, no al contrario.

Salí de la ducha envuelta en una toalla blanca que olía a limpio, no era ni por cerca tan suave y aromática como la de la mansión Mancini, pero al menos estaba limpia y servía para lo mismo.

No tenía demasiado dinero, había tenido que optar por un pequeño, pero acogedor hotel para pasar la noche. No podía acudir a mi asistente, ese sería el primer lugar para buscarme, así que tuve que apañármelas sola para no perderme en la ciudad y poder pasar la noche en un lugar seguro y decente. Ya me las arreglaría al día siguiente para llegar al aeropuerto.

Me puse unas bragas de algodón con dibujitos de osos y una remera grande que había cogido a las prisas del vestidor. No pude sacar la gran cosa, me di prisa en coger lo primero que pude y empacarlo en una mochila para salir de aquella casa a la mayor brevedad posible. Necesita estar lejos de ese hombre o nadie podría detenernos para complicar las cosas, porque acostarme con mi jefe era un menudo problema y debía evitarlo a todo costa.

Me metí a la cama, estaba nerviosa, mi pie derecho no dejaba de moverse de forma inconsciente en señal nerviosismo. Sentía miedo, mucho miedo a todo lo que estaba pasando. Mi vida estaba cambiando tanto y con demasiada rapidez. Necesitaba ir más lento, necesitaba un poco de calma para poder poner un poco de orden. Tome el móvil y marque el único contacto que podía darme un poco de calma cuando mi mente empezaba a sobrepensarlo todo.

—¿Elena? —la voz dulce de mi madre se escuchó del otro lado del auricular—. Santo Dios, estoy tan angustiada por ti.

—Mamá —susurré con los ojos llenos de lágrimas.

Una Peligrosa PropuestaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora