CAPÍTULO 31

275 26 14
                                    

Pov Leandro Mancini

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Pov Leandro Mancini

Voltee para verla, tenia la cara llena de ira, sus ojos parecían sangre de tan enrojecidos que los tenía, un camino de lágrimas surcaba sus mejillas dejando un rastro de maquillaje. Parecía una leona a punto de atacar y amaba verla tan viva, tan indomable. Una parte muy retorcida que no sabía que tenía se encendía al verla siendo tan ella, tan fuerte y rebelde.

Diego miró a la mujer como si acabase de volverse loca al entrar de aquella manera a la oficina, pero lo cierto es que yo ya la estaba esperando.

—Fuera de mi oficina, Elena —siseé con la voz cargada de arrogancia.

Era un hijo de puta, sí. Eso no podía negarse, pero ella me estaba orillando a hacer cosas que no estaban dentro de los planes. Ella con su rechazo me había hecho acudir a cualquier arma de la que pudiese disponer para intentar doblegarla. Mi ego de hombre estaba herido por una mujer. Y no era cualquier mujer, era mujer que deseaba con locura. Una mujer que no salía de mí mente.

No era normal que yo sintiera todo aquello por una mujer que ya me había llevado a mi cama, es más ni siquiera me había pasado con ninguna otra mujer antes. Ella tenía algo diferente que me hacía necesitarla.

Estaba enloqueciendo por esa mujer. Sentía que la necesitaba más cada día. Como si fuese un adicto al que le han quitado una droga y lucha por recuperarla. Yo la necesitaba a ella conmigo. Necesitan sentir su aroma, sentir su piel, escuchar su voz en mi oído. Maldita sea, necesitaba que fuera mía siempre.

Ya no podía controlarme cuando la tenía cerca, era un deseo irracional, meterla a mi cama solo había avivado aquel fuego que ahora no sabía cómo apagar si no era con ella.

Se acercó. Así era ella, dispuesta a enfrentar a quien fuese. Desafiante, aun cuando se sentía vulnerable y llevaba las de perder ella no bajaba la cabeza y eso me gustaba. Me atraía de manera extraña su fortaleza.

—Eres un maldito hijo de puta —repitió con tanta rabia que por un momento temí haber ido muy lejos con aquella invitación—. Vas a pagar lo que has hecho, voy a hacer que pagues cada lágrima que ha derramado mi madre. Vas a arrepentirte de haberte medito con mi familia.

Me puse en pie para encararla, no me intimidaba en absoluto, pero sabía que estaba cabreada. Muy cabreada para ser preciso.

—Puedes irte con tus amenazas a otro lado —puntualicé con la mayor calma posible.

Se rió. Una risa carente de humor e impregnada de rabia, de dolor y de impotencia le lleno el pecho.

—Esto no se quedará así —declaró y dio la vuelta para marcharse.

La mire embelesado cuando cruzó aquella puerta maldiciendo por lo bajo.

Diego me miró confundido y consternado en partes iguales.

Una Peligrosa PropuestaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora