CAPÍTULO 11

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Sus ojos parecieron oscurecerse bajo las espesas pestañas que le rodeaban, remojó sus labios con la lengua y trague en seco al tiempo que sentía como una gota de sudor recorría mi espina dorsal

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Sus ojos parecieron oscurecerse bajo las espesas pestañas que le rodeaban, remojó sus labios con la lengua y trague en seco al tiempo que sentía como una gota de sudor recorría mi espina dorsal. Mi mente me pedía a gritos que me alejará, que ese hombre olía a peligro en su más alta expresión, pero mi cuerpo, desobediente y aturdido, se negaba a moverse para huir de lo que fuese que significara esa mirada del hombre de ojos hermosos.

Sentí su nariz rozar la mía en una suave caricia, escuchaba como mi corazón golpeaba contra mis costillas y estaba segura que él también podía notar mi estado de nervios.

¿Qué se hacía en estos casos? No lo sabía, pero de algo estaba segura, estaba hipnotizada por esos ojos, sentía el calor de su cuerpo traspasando la delgada tela de la bata de hospital, sentía su exquisita fragancia narcitizando mi mente y mi cuerpo en partes iguales, pero se alejó de mí con tanta rapidez que me dejó aturdida y con un cúmulo de sensaciones que removía todo dentro de mí, pero en el momento que mire la puerta abrirse y a mi amiga entrar en la habitación es que entendí lo que había pasado, evitó que nos encontrasen en una posición comprometedora.

—¿Está todo bien? —preguntó Sara extrañada mientras se acercaba—. Te ves... rara —añadió.

Cómo no iba a estar rara, acababa de sentir una caricia en mis labios de parte de ese hombre que era mi jefe, pero que también era un maldito cabrón.

—Sí. Sí, solo quiero irme de aquí —atajé dándole una rápida mirada al italiano que permanecia en la habitación.

—Nos iremos ya, solo había ido a caja a pagar, pero ya estaba cubierta la cuenta —anunció—. Supongo que tu jefe se me adelantó —dijo dándole una mirada de soslayo al susudicho.

—El seguro médico de la compañía cubre todos los gastos —informó antes de que pudiese preguntar—. Espero se recupere pronto, señorita Fernández. —No esperó respuesta de mi parte cuando abrió la puerta y se marchó.

¿Qué diablos había ocurrido? En qué momento había ido tan lejos para dejarlo estar tan cerca y que me descolo¡Joder! Debía estar bajo efectos de alguna droga para haberle permitido semejante locura.

No demoramos en salir del hospital, de no ser por el seguro médico no sé cómo hubiese hecho para pagar la cuenta de ese lugar. La factura tenía cifras tan elevadas que parecía que había pasado ahí una semana, cuando apenas fueron unas horas.

Ya era pasada la media noche cuando el servicio de taxi nos dejó en la puerta del edificio. Me sentía avergonzada con Sara porque ella no era de esas chicas que se desvelaba y en los últimos días lo había hecho por mi culpa. Mis jornadas largas de trabajo me hacían llegar tarde y ella no dormía hasta que yo llegara o se quedaba a dormida en el sofá por esperarme. No era justo para ella.

—Sara, disculpa tantas molestias —dije en voz baja una vez que entramos al apartamento—, de verdad no tengo como pagar todo lo que haces por mí.

Una Peligrosa PropuestaOù les histoires vivent. Découvrez maintenant