CAPÍTULO 22

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—Señor Mancini, bienvenido —saludó una animada Julia

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—Señor Mancini, bienvenido —saludó una animada Julia.

—¿Está todo orden? —preguntó.

—Sí, justo iba a explicarle los servicios que ofrece el condominio...

—No te preocupes —la interrumpió—, yo le explicaré.

Julia asintió sin poner objeción y volteó para verme me dio una sonrisa ladina que no logré interpretar, ya después le preguntaría un par de cosas.

No me había movido de la escalera tratando de analizar qué hacía el italiano ahí y porque estaba al tanto de cada paso que yo daba cuando era mi vida privada y él no tendría que intervenir en ella.

Julia tomó su abrigo, su bolso y se dispuso a marcharse.

—Nos vemos mañana —se despidió y cerró la puerta al salir.

—¿No me invitas a pasar? —inquirió.

Rodé los ojos, era idiota o se hacía.

—Entraste sin que te invitara —bufé.

Sonrió. Una sonrisa perfecta se formó en su labios. Mentiría si dejara que ese hombre parecía sacado de algún comercial de pasta dental cuando sonreía mostrando su dentadura.

—Vale, entonces no pasa nada sí pasamos a la sala y brindamos por tu nueva adquisición —pasó frente a mí, y hasta ese momento me percaté que cargaba una bolsa de papel en su manos derecha.

Le seguí, en silencio. Solo viendo sus movimientos con atención. Vestía una simple camisa blanca, llevaba dos botones sueltos que permitían ver parte de su torso, las mangas enroscadas a la altura de sus codos y un pantalón azul que le formaba bastante bien el trasero, no pude evitar bajar la mirada mientras caminaba. Paso hasta la isla de la cocina estilo americana y de la bolsa sacó una botella de alguna bebida que yo no conocía. Bajo dos copas y luego abrió la botella con el sacacorchos, sirvió una pequeña cantidad en cada copa y regreso hasta la sala de estar.

Su mirada hizo contacto con la mía, sus hermosos ojos no se apartaban de los míos, y me era muy difícil mantener el contacto visual con él, de alguna manera él me ponía de los nervios y eso no era normal. No me gustaba sentirme cohibida.

Extendió una de las copas, dude en tomarla, pero finalmente acepte. Era solo un trago y se iría, ¿no?

Se sentó, como si fuese el amo y señor de todo. La elegancia que irradiaba ese hombre aún cuando parecía relajado no pasaba desapercibida. El era masculinidad y poder en carne viva.

—Siéntate, Elena —demandó en tono autoritario.

¿Acaso ese hombre no podía dejar de dar órdenes nunca? Parecía que no. Era innegable que estaba acostumbrado a que se hiciera su voluntad todo el tiempo. Sin embargo, obedecí. Me senté en el sofá frente a él. Lleve la copa a mis labios para probar su contenido.

Una Peligrosa PropuestaTempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang