CAPÍTULO 20

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Salí de aquel parque casi corriendo, mi pulso estaba tan acelerado que podía sentirlo en mi garganta con cada paso que daba, un sudor frío me cubría la frente y mi mente, que siempre se encargaba de imaginar los peores escenarios, me torturaba sin...

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Salí de aquel parque casi corriendo, mi pulso estaba tan acelerado que podía sentirlo en mi garganta con cada paso que daba, un sudor frío me cubría la frente y mi mente, que siempre se encargaba de imaginar los peores escenarios, me torturaba sin piedad mientras avanzaba por la calle con una prisa que nunca antes había tenido.

A lo lejos pude ver la cafetería y apresuré el paso, necesitaba llegar cuanto antes, necesitaba hablar con Sara  y poder tomar el primer tren que encontrara.

Abrí la puerta de aquel lugar que me resultaba tan familiar, el olor a café recién hecho y a pan caliente me recibiendo trayendo consigo muchos recuerdos de mi tiempo laborando ahí. No repare en quiénes estaban en las mesas, avancé directo hasta la barra donde una chica que no conocía atendía el teléfono.

—¿Se encuentra Sara? —le pregunté sin siquiera saludarle, pero a ella pareció no importarle cuando noto la desesperación en mi voz.

—Está en la cocina, le llamaré en seguida —dijo y de inmediato fue a buscarla.

Mi pie derecho repiqueteaba sobre el piso de madera oscura del establecimiento, sentía que los segundos eran horas y que yo estaba tan lejos de donde debería estar. Inspire hondo, tratando de calmar aquella sensación pesada en mi pecho, porque si algo le llegaba a pasar yo moriría.

Sara salió de la cocina sonriendo junto a la chica que había ido a buscarla, al verme su ceño se frunció y se acercó rápidamente.

—¿Qué pasó? —preguntó sin más. Sabía que el hecho de que yo estuviera ahí era porque algo había pasado.

—Madre —musité con la voz ahogada.

La enfermedad de mi madre no era fácil, pero en los últimos años todo había estado bajo control, sus medicamentos ayudaban mucho y estar en casa haciendo pocas actividades había sido la solución para que se mantuviera estable. Que ahora de buenas a primeras estuviera hospitalizada no era una buena señal.

—¿Qué necesitas?

—Necesito viajar a casa, pero no tengo como irme... Sara, sé que me has ayudado demasiado, pero de verdad...

—Tranquila —interrumpido mis palabras—., para eso estamos las amigas. —Sus manos tomaron las mías de forma conciliadora  y agradecí mentalmente tenerla en mi vida.

Me quede ahí frente a la barra, mientras Sara regresaba a el área de descanso que había para los empleados. Cuando volvió traía consigo su billetera, sacó los billetes que llevaba dentro y me los entregó sin siquiera contarlos.

—No es necesario que me des todo, yo necesito pagar el tren y...

—Lo puedes necesitar —aseguró—, así que tómalo y corre qué hay un tren que sale en veinte minutos.

Le di un sonoro beso en la mejilla a la mejor amiga que podía tener, porque si de algo estaba segura, es que ella era de esas personas que pueden salvarte la vida literalmente. Intenté sonreír en agradecimiento, pero fue más como una mueca llena de aflicción.

Una Peligrosa PropuestaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora