CAPÍTULO 24

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Unos brazos fuertes y tan duros como el acero me sostenían con firmeza dándome estabilidad, la piel ardiente del italiano se adhería a la mía de manera perfecta

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Unos brazos fuertes y tan duros como el acero me sostenían con firmeza dándome estabilidad, la piel ardiente del italiano se adhería a la mía de manera perfecta. Sentía cada músculo de su pecho pegado a mi espalda al tiempo que sus embestidas eran profundas hasta dejarme sin aliento.

El sublime vaivén de sus caderas me tenía levitando en un mundo paralelo en donde solo existía el placer. Su respiración errática en mi cuello era como una droga a la que podía hacerme adicta fácilmente.

Salió de mí y mi cuerpo de inmediato lo extraño, pero no tuve oportunidad a pensar en nada cuando me alzó y me dejó sentada sobre el tocador, se colocó entre mis piernas y su miembro erecto se abrió paso dentro de mí una vez más, con fuerza. Podía sentir como las paredes de mi canal vaginal lo recibían casi con anhelo y envolvían su erección a la perfección.

El sudor corría por mi cuerpo que se estremecía con cada embestida. Las manos de Mancini se aferraban a mis caderas, sus dedos largos y fuertes se clavaban en mi piel y era malditamente delicioso sentir la fuerza que ejercía sobre mi cuerpo, la vehemencia con la que me tomaba. Era un acto casi primitivo por la cantidad de deseo y pasión que j experimentando.

Sus ojos, por primera vez oscurecidos, se encontraron con los míos. Un brillo diferente surcaba su iris. Sus pupilas estaban dilatadas y su cabello se pegaba a su frente a causa del sudor. Se miraba tan perfecto, tan ardiente, tan poderoso.

—Oh, Elena, deseaba tanto hacerte mía —jadeó antes de tomar mis labios entre los suyos.

Correspondí gustosa a ese beso que me sabía a gloria, unimos nuestras bocas así como nuestro cuerpo permanecía unido en una perfecta danza con movimientos rápidos y certeros.

Gemí fuerte y claro, sin un ápice de vergüenza, porque no la tenía. No tenía vergüenza de dejarle saber a ese hombre que estaba recibiendo tanto placer del que nunca me había imaginado recibir. Que él era causante de que mi garganta estuviera seca, de que mi cuerpo se estremeciera, de que mi respiración fuese irregular y que una capa fina de sudor me cubriera por completo.

Cerré mis ojos, dejándome consumir por el cúmulo de sensaciones que estaba experimentando en manos de un hombre del que no podía esperar nada que no fuera eso, placer desmedido.

Sus labios descendía por el escote del sujetador de encaje y diamantes que seguía cubriendo mis pechos, su lengua trazó un camino húmedo desde mi cuello hasta mi busto, sus manos masajearon mis pezones por sobre la tela y jadee extasiada. Sus caricias, sus besos... todo era una combinación demasiado placentera al punto que sentía que podía morir ahí mismo.

Tanto tiempo viviendo mi sexualidad sin saber que existía ese tipo de placer, sin conocer lo que era desear que no se detenga y que siga penetrándome con fuerza y locura. Era un mezcla de dolor y placer casi en los mismos porcentajes y me gustaba. Me gustaba todo lo que estaba sintiendo, me gustaba sentirme al borde de la locura.

Una Peligrosa PropuestaWhere stories live. Discover now