CAPÍTULO 6

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Me di un último vistazo en el espejo cuando un par de golpes en la puerta me indicaron que ya era la hora

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Me di un último vistazo en el espejo cuando un par de golpes en la puerta me indicaron que ya era la hora. No sabía cómo se llamaba el hombre que hacía el trabajo de chófer, pero puntualidad debía ser su apellido porque el reloj marcaba justo las siete de la mañana.

Estaba nerviosa, ni siquiera había podido dormir bien de la ansiedad que me está produciendo toda la situación. Cuando el chófer del italiano me dejó frente a la puerta del piso de mi amiga a media noche, no podía creer que hubiese llegado tan lejos como para ir a vender mi cuerpo a un completo extraño solo por dinero. Por fortuna no lo había hecho, pero aún sentía sus labios sobre la piel de mi cuello con solo recordar lo ocurrido.

No hubo más que un moviendo de cabeza a modo de saludo por parte de aquel hombre cuando abrí la puerta. Él vestía un impecable traje negro, demasiado elegante para ser solo un chófer. Subimos al coche y este se puso en marcha. No sabía a dónde iba, menos cómo sería mi primer día de trabajo, pero lo peor que podía pasar era que hiciera el ridículo y me importaba un pimiento si con ello ganaría dinero para ayudar a mi familia.

El coche aparco en un enorme edificio de oficinas en el centro de la ciudad y hasta ese momento maldije el no haber googleado en dónde es que trabajaba el petulante hombre de ojos hermosos, después de todo él dijo que sería modelo pero no dijo dónde sería mi lugar de trabajo y mucho menos con quién. Bajé del coche y empece a segir a paso decidido al chófer, que parecía saber dónde llevarme. Cuando las puertas automáticas de aquel edificio se abrieron sentí que estaba soñando. Aquel lugar era hermoso, con pisos claros en los que se podía ver mi reflejo, con inmensos ventanales de cristal que dejaban entrar toda la luz del día y con muchos lugares de descanso o pequeñas salas de espera con finos muebles que seguro eran deliciosos para echar una siesta.

Una mujer muy guapa nos recibió en la recepción. Sin duda todas las mujeres de ese lugar debían verse como ella, con sus peinados elaborados, maquillaje perfecto, ropas elegantes y a la moda.

—La señorita Fernández tiene una cita con el señor Mancini —anunció el hombre que me acompañaba—. Encárgate de enviarla a su oficina cuando él lo indique.

—Por supuesto —contestó de inmediato—. Señorita Fernández, puede sentarse a esperar —indicó señalando un sofá a un lado de su puesto de trabajo.

—Gracias —dije con una sonrisa que ella no devolvió.

Los minutos pasaban y por la puerta entraban muchas personas. Mujeres y hombres vestidos de forma muy pulcra y elegante. Ahora entendía el porque cuando subí al coche que me dejaría en el piso de mi amiga me habían entregado el atuendo que llevaba puesto, de no haberlo hecho seguro pensarían que era alguna vagabunda. Mire el reloj que adornaba la pared de la recepción y me percaté que no solo habían pasado minutos, llevaba dos horas sentada en aquel sillón y no había señales de que me recibiría.

Una Peligrosa PropuestaWhere stories live. Discover now