Capítulo 2: El Despertar

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Aleck Agreyfen, un joven de 24 años, alto, con cabello marrón lacio y ojos verdes, vivía en la aldea de Hectia con sus ancianos padres. Siempre había tenido el don de la magia, pero sus padres, temerosos de la Legión Oscura, lo mantuvieron en secreto. Aleck se dedicaba a la agricultura, pero siempre sentía que algo faltaba en su vida.

Un día, los susurros del viento lo llevaron al interior del bosque. Sabía que ignorarlos era lo más sensato, pero la melodía en su mente lo arrastraba. Siguió el sonido hasta encontrar a un pequeño ciervo herido por un cazador. Creyendo que la naturaleza lo había llevado allí, Aleck, aunque decepcionado, era un alma compasiva.

—¿Estás bien, amigo? —preguntó con amabilidad al ciervo asustado—. No te preocupes, no te haré daño.

El ciervo temblaba mientras Aleck se acercaba. De la palma de su mano brotó una cálida luz que sanó al animal. Luego, el ciervo se levantó y corrió hacia el interior del bosque.

—Mejor, ¿verdad?

Los susurros continuaron, llevándolo más adentro. Caminó sin rumbo hasta que encontró un árbol que llamó su atención. Un brillo peculiar adornaba su tronco. Aleck se acercó y vio un sigilo, la luz del sello se desvanecía. Rápidamente, lo dibujó en su libreta.

—Esto no está bien...

El viento sopló por última vez, llevándose consigo el sigilo y los susurros, dejando una intriga profunda en Aleck.

Había ignorado su don durante años, sabía que no era una bendición, pero la experiencia del día lo atormentaba. A pesar de las tareas agrícolas, dedicaba sus tardes a investigar en el bosque.

Tres meses después, creyó haber descifrado el sigilo.

—Esta vez funcionará —se dijo decidido.

Acercó su mano al tronco del árbol. Cuando su palma brilló, el sigilo se rompió, liberando un hechizo.

Detrás de Aleck surgió un gran ataúd de piedra. La ansiedad se apoderó de él, esperaba encontrar un tesoro, pero una sensación inquietante lo atenazaba. Se acercó al ataúd y lo destapó, encontrándose con una hermosa chica de cabello rosado que yacía dormida. A pesar de ser su primer encuentro, sintió una conexión inexplicable. La observó detenidamente; su cabello único y su tiara en la frente, todo cubierto por un vestido amarillo manchado de sangre y polvo.

—¿Estará viva? —se preguntó mientras acariciaba su mejilla.

Al tocarla, aquella mujer abrió los ojos. Se sentía pesada, pero respirar aire fresco era reconfortante. Frente a ella, Aleck parecía conocido y una sonrisa involuntaria surcó su rostro.

—¿Cuánto tiempo ha pasado? —preguntó al incorporarse con dificultad.

Era su primer encuentro, pero se sentía como si hubieran estado separados por mucho tiempo. Sin embargo, ella no podía recordar nada, ni siquiera su propio nombre. Aleck notó su lucha interna.

—No te fuerces.

—¿Cómo te llamas? —preguntó ella.

—Soy Aleck —respondió él, sin soltar su mano—. Aleck Agreyfen.

Aunque Shana parecía reconocerlo, el nombre no le decía nada. Para no dejarla en la incertidumbre, inventó un nombre.

—Puedes llamarme Shana —dijo, insegura.

Él aceptó el nombre inventado con calidez.

—Mucho gusto, Shana —dijo, besando su mano.

La incertidumbre de Shana se reflejaba en su rostro. Sin saber cómo había terminado en el ataúd de piedra, no sabía si tenía algún lugar al que ir.

—Si no tienes a dónde ir... —dijo Aleck, inseguro—. Puedes quedarte en mi casa hasta que lo descubras.

Los ojos de Shana se iluminaron ante la posibilidad de un refugio. Juntos, abandonaron el bosque, dejando atrás un misterio que los unía.

Eclerion: El Legado del ReyKde žijí příběhy. Začni objevovat