Capítulo 1: Despedida

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El viento gélido del bosque azotaba las mejillas de la hermosa joven, su cabello rosado ondeaba en el aire mientras sus ojos marrones reflejaban el dolor que embargaba su corazón. En sus brazos, el chico de cabello rubio, ojos azules y tez pálida, marcada por la sangre que fluía de sus profundas heridas, la abrazaba con fuerza. Trataba de sostenerse mientras intentaba consolarla.

—No puedes volver allí —susurró ella entre sollozos y lamentos.

—No tengo elección. Si me quedo aquí sin hacer nada, tu vida corre peligro —respondió el joven con voz suave.

De él emanaba una calidez reconfortante, un poder que, solo con permanecer entre sus brazos, parecía aliviar el sufrimiento de ella.

—Si regresas a Xeris, nada bueno vendrá de eso.

—Si no lo hago, será tu hermano quien pague por mi inacción.

Ella se mordió el labio, incapaz de articular sus pensamientos con claridad. La ira y el poder divino de aquel muchacho parecían contrarrestar sus emociones negativas.

—Voy contigo —declaró decidida.

—Sé que si te dejo aquí, usarás tu magia para volver a Xeris. Pero no puedo permitirlo. Mi poder divino es lo único que impide que la transformación se complete en este momento. Por eso... —susurró mientras depositaba un beso en su frente. Ella experimentó una sensación extraña: el dolor y todas sus emociones negativas desaparecieron, llevándose consigo su conciencia.— Espero que puedas perdonarme. En este momento, no soy capaz de protegerte. Esto es lo único que puedo hacer para mantenerte con vida y evitar que utilices tus poderes.

Las heridas del joven no habían sanado por completo a pesar de haber empleado su poder divino. Confirmaban sus temores: se enfrentaba al poder de la oscuridad.

Cargó a su amada entre sus brazos y le dio un tierno beso en la mejilla antes de dar unos pasos adelante. Extendió el brazo y un ataúd de piedra surgió frente a ellos. Con cuidado, la depositó en su interior, acomodó su cabeza y acarició su cabello rosado por última vez.

—Te juro que encontraré la manera de devolverte a la normalidad. Hasta entonces, espera aquí.

Selló el ataúd de piedra y, cojeando, se aproximó a uno de los árboles. Utilizando la sangre que manaba de sus heridas como tinta, dibujó un sigilo. El ataúd se iluminó antes de desvanecerse, desapareciendo junto con su contenido.

—Me pregunto si podré salvarte de verdad —susurró con lágrimas en los ojos.

Sin mirar atrás, prosiguió su camino. Debía regresar a Xeris y cumplir con su destino, sabiendo que su partida marcaba un punto de inflexión y que probablemente jamás volvería a ver a su amada.

Eclerion: El Legado del ReyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora