44. Niña Perdida

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El cansancio ya invadía su cuerpo, llevaban varias horas haciendo el amor y su pareja aún no lo dejaba terminar, cada vez que estaba próximo a correrse, dejaba de embestirlo e impedía su orgasmo. El menor comenzaba a enojarse con él y su lado infantil y berrinchudo salió a flote en esa situación.

—¡Ya! ¡Déjame terminar! —su súplica sonó más bien a una exigencia.

Llevaban así desde que terminaron de cenar, su amado lo había acorralado mientras lavaba los platos y le dio una fuerte nalgada para hacerlo enojar, enseguida se lo llevó a la cama, evitando cualquier reclamo o regaño. Pero el mayor tenía planes para esa noche, una noche que en definitiva no sería corta.

—Un poco más —jadeó. Los dos estaban ya cansados, sus cuerpos estaban cubiertos con una fina capa de sudor y las caderas del pobre ya dolían por las fuertes embestidas de su novio, quien a veces terminaba siendo demasiado salvaje.

Justo como ahora, pues no sabía cómo había terminado en el suelo, con su pareja encima de él bombeando a toda potencia contra su trasero.

—¡Ah! ¡Ahí…! ¡Ah! —ni siquiera pudo articular bien la oración. Ya había perdido la cuenta de las veces que estuvo a punto de correrse, mismas veces que su novio había interrumpido terriblemente, deteniéndose o alejándose de él. Esta vez no fue la excepción, notó que su amado estaba por venirse y se detuvo abruptamente, pero el otro no se quedó callado ni inmóvil esta vez, no, en esta ocasión fue él quien comenzó a mover sus caderas con frenesí, en un vano intento de seguir sintiendo el mismo placer. Fue imposible lograrlo, pues sus piernas estaban cada una sobre un hombro del mayor, y este lo tenía bien sujeto de los tobillos para que no se zafara de su agarre.

—¿Qué intentas? —se burló.

El menor frunció labios, cejas y apretó la mandíbula.

—¡Liu Haikuan! ¡Ya basta! —se removió como oruga mientras hacía ese tierno berrinche que asustaría a cualquiera, menos a su novio. El aludido solo pudo reír—. Si sigues así… —jadeó, cansado de tanto intentar moverse—…buscaré satisfacerme de otra forma, y sin tu ayuda —amenazó.

La risa de Liu Haikuan se detuvo, liberó las preciosas piernas de su novio y este suspiró aliviado cuando sintió el peso del cuerpo de su amado sobre él. Haikuan se había inclinado sobre él para besarlo muy suavemente en los labios antes de susurrarle:

—No-te-creo.

Zhu Zan Jin hizo una chistosa exclamación para demostrar su indignación, haciendo que su novio riera.

—¡No te rías, tonto! —lo golpeó en el pecho con un puño, apretando los dientes. En esos casi dos años de relación ya conocían lo suficientemente bien el cuerpo del otro para saber cuáles eran sus límites y qué era lo que les gustaba.

Justo ahora Liu Haikuan se estaba dando cuenta de que su amado comenzaba a enojarse en serio, pues ya lo había torturado bastante.

—Me arde la espalda —murmuró. Y es que la alfombra ya había irritado su espalda por la fricción que hacía con su piel cada vez que era penetrado.

—Ven acá —se apiadó de él y lo tomó con una facilidad increíble, sentándolo sobre su regazo.

Zhu Zan Jin rodeó la cintura de Liu Haikuan con sus piernas y lo apretó con fuerza. El mayor se quejó al sentirse atrapado entre esas piernas, pues eran bastante fuertes.

—Lo siento —dijo entre risas al acariciar su espalda y sentir esa piel por completo irritada debido a la fricción contra la alfombra.

—Eres un salvaje.

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