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NARRA DAKOTA

Miércoles.

Había estado dos días enteros tirada en la cama sin ver a nadie ni hacer nada; necesitaba un tiempo para mí, para pensar y procesar lo que había sucedido. La primera noche fue devastadora, había llorado tanto que sentí que mi cabeza iba a explotar y me había dormido entre lágrimas, rememorando una y otra vez los momentos vividos con Alex y lo ilusa que había sido. El lunes y martes fue un poco de lo mismo, me permití sentir pena por mí mientras ignoraba las llamadas de mis amigos. Por un lado, no me daba la cara para ver a Sofía, no después de lo de Cristina, y por el otro, no quería ver a nadie. Necesitaba estar sola. En cuanto a Alex, había cumplido lo que le había dicho, no me había contactado y, aunque quise convencerme de que era para mejor, no podía evitar sentirme de alguna forma decepcionada. Para el miércoles a la mañana, mis madres me dijeron que ya había sido suficiente y que era hora de regresar.

Detuve mi andar delante del estacionamiento del colegio y crucé los brazos sobre mi pecho. La música retumbaba en mis oídos mientras miraba a un grupo de chicos entrando a la institución. Mi vista cayó en la motocicleta negra estacionada a un costado y sentí mi corazón acelerase. Alex estaba dentro.

Mi mano comenzó a temblar. Bajé la vista a ella.

No.

Me negaba a seguir sintiendo lástima por mí, estaba cansada de hacerlo; en realidad estaba exhausta de todo. Alex me había advertido que no me enamorara de él, me había repetido una y otra vez que no era bueno para mí. Y ahora lo veía. Él y yo nunca podríamos estar juntos, no porque Alex no pudiera enamorarse, sino porque simplemente no quería hacerlo. Alex había tomado su elección, había decidido follar con Eleonora, había decidido pedirme que no le dijera a nadie más que me gustaba y había decidido que nunca podría pasar nada entre nosotros. Eran decisiones, sus decisiones.

Yo lo había elegido a él, luchar por él. Pero llegaba un punto en el que era mejor aceptar que era una pelea perdida; de hecho, ni siquiera había sido una pelea justa porque nunca tuve oportunidad de ganar. Era una simple fantasía, algo que sólo había existido en mi mente.

Y estaba harta de vivir en una mentira.

Apreté mi mano hasta formar un puño para que dejara de temblar.

***
Me apoyé en la pared y bajé una pierna a uno de los escalones, la alfombra color crema acarició mi pie. Había escuchado la puerta abrirse hacía menos de dos minutos y los gritos no tardaron en llegar. No era raro, siempre que mamá volvía había gritos.

—¿Crees que soy idiota, Zara?—preguntó mi padre acercándose a ella. Estaban en el salón, justo enfrente de la puerta. Podía verle los rostros, ambos con un ceño fruncido.

—Ya te lo dije una y otra vez, Edgar, las personas que no tienen su propia compañía, no pueden salir a la hora que les plazca—la voz de mi madre fue dura.

Apreté la mandíbula, mi padre me había explicado varías veces lo que mi madre hacía en vez de ir a trabajar: se juntaba con otros hombre y lo engañaba. Nos engañaba. Me había advertido que no me sorprendiera si algún día al despertar no la viese nunca más. La detestaba, ¿por qué nos hacía esto? , ¿qué le había hecho yo?, ¿por qué quería dejarme?

Solo Por TiWhere stories live. Discover now