29.5 (EXTRA)

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Este es un EXTRA narrado desde la perspectiva de Declan para que lo conozcan un poco más. No hace falta leer este capítulo para comprender el resto de la historia, pero recomiendo hacerlo.

Sólo quiero decir: Auch😢

Dicho esto, ¡¡¡espero que les guste!!!

AVISO: LEAN LA NOTA AL FINAL!!!
. . .

NARRA DECLAN

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NARRA DECLAN

Tenía once años cuando hablé por primera vez con Alex y Romeo. Era la hora del almuerzo y tenía mi bandeja de comida llena mientras caminaba contento hacia la mesa donde mi hermano y mis amigos me esperaban. De pronto, sentí mi trasero golpear el suelo cuando algo macizo chocó contra mí; mi comida se desparramó en el piso. Dos chicos aparecieron en mi campo de visión, uno peli-negro que se subió a horcajadas del cuerpo de uno morocho. No sabía sus nombres, pero los reconocí de todas las veces que los profesores les habían llamado la atención en el pasillo.

—Ten esto, cara de albóndiga—gruñó uno de los chicos, el de cabello morocho, tomando con su mano un poco de mis fideos con boloñesa y esparciéndolos en la cara del peli-negro.

Abrí la boca horrorizado.

—¿A quien llamas cara de albóndiga, chupa orugas?—el otro niño que estaba rojo de la ira, color que combinaba con la mancha de salsa que tenía en la frente y cabello, tomó mi jugo de naranja y apretó el envase, mojándole la cabeza y el cuerpo al otro niño.

Mamá y papá siempre repetían que no había que jugar con la comida. Fruncí el ceño.

—Paren ya—pedí, irrumpiendo en la conversación—. No desperdicien la comida.

Los chicos se detuvieron, me miraron y luego se observaron entre ellos con una ceja alzada. Me levanté del piso y sacudí con las manos mis pantalones para quitar de ellos la tierra que se había pegado. Y cuando pretendía explicarles por qué no había que malgastar la comida, sentí algo pegajoso tocar mi cara. Era mi gelatina de frutilla. Abrí los ojos de par en par, sorprendido, y los chicos rieron junto a la multitud de alumnos que tenían la vista sobre nosotros, incluidos mis supuestos amigos. El único que se mantuvo serio fue mi hermano, quién con una expresión impasible aún estaba sentado en nuestra mesa; me dedicó una corta mirada y luego simplemente continuó comiendo como si nada. No me sorprendió que no me ayudara, sabía que no lo haría. Me sonrojé avergonzado, humillado y enfadado.

Para mi mala suerte, junto en aquel momento llegó un profesor. El Señor Dirf nos sermoneó enfrente de toda la cafetería y nos envió a dirección a los tres, no queriendo creerme cuando traté de explicarle que no tenía nada que ver con ellos, que ni siquiera los conocía. Caminamos en silencio con el profesor a nuestro lado quejándose de no tener los años suficientes para jubilarse. En dirección el director nos dio una semana de detención y nos obligó a ir a clases con el uniforme manchado, sin poder cambiarnos o lavarnos antes. Salí del despacho del director fastidiado y lo primero que encontré fuera fue a mi hermano apoyado en unos casilleros mirándome con aquellos imperturbables ojos marrones verdosos. Me le acerqué con la cabeza agachada; ya podía imaginarme las reacciones de nuestros padres cuando se enteraran, la decepción en sus rostros que estaba seguro que Theo nunca había tenido que ver. Sentí una punzada de envidia que ignoré.

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