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NARRA DAKOTA

El despacho de dirección no era grande. Había un escritorio de madera con una placa sobre él que ponía "Amanda Guarron". Una librería a un costado llena de libros polvorientos y una máquina de café Nespresso apoyado en una mesita del otro lado.

La directora aún no había llegado.

Chasqueé mi lengua, ignorando al imbécil al lado mío y sus ojos que no parecían querer apartarse de mi rostro.

Estaba furiosa.

—¿Por qué tengo el presentimiento de que piensas que es mi culpa?—preguntó.

Apreté la mandíbula y no respondí.

Por supuesto que es tu culpa, pensé.

Soltó una leve carcajada seguida por un suspiro largo. 

Silenzio.

Y luego:

—Te extrañé—murmuró casi incomprensiblemente.

Me tensé. Aún no estaba mentalmente lista para escucharlo decir cosas como aquellas. No estaba lista para pretender que no me afectaba.

Y de pronto fui demasiado consciente de nuestra cercanía; de hecho, noté que era la primera vez que estábamos a solas desde aquella noche en la fiesta donde todo se fue al desagüe. Me tuve que obligar a mantener la calma, a no pensar en cuánto yo también lo había extrañado. Tenía que ser fuerte.

Pero allí estaba, al lado mío. Allí estaba con sus ojos negros y su sonrisa de lado, con aquel rostro que hasta un dios griego envidiaría. Allí estaba, a un solo movimiento para cruzar miradas.

¿Dónde estaba la directora cuando más se la necesitaba?

—Bella durmiente—susurró en mi oído. No me di cuenta que se había acercado hasta que escuché su voz.

Contuve un escalofrío.

No.

No iba a caer en su juego, no otra vez.

Recordé cómo había hecho para terminar donde estábamos y tomando fuerzas, lo miré lo más fríamente que pude. Nuestro rostros estaban demasiado cerca y pude sentir mi traicionero corazón acelerarse que por mi bien ignoré.

—Apártate—ordené.

El silencio que llenó la habitación era tenso. Ninguno se movió por unos segundos hasta que otro suspiro escapó de sus labios y se apartó.

Tanto—dijo en voz baja,ignorando por completo mi petición, y dejó caer su expresión. Tragó duro—. Te extrañé tanto.

La sinceridad de su mirada me tomó por sorpresa. Era tan abrumadora que no supe qué hacer; no podía moverme.

—Dakota, yo... —lo que fuera que estuviese por decir fue interrumpido por la puerta abriéndose. Aparté inmediatamente mi vista de él y la clavé en el suelo.

Volví a tragar duro.

La directora entró al despacho con dos legajo en las manos y sonrió con cortesía. Tomó asiento en la sillas frente a las nuestras, del otro lado del escritorio. La observé con detenimiento; se podían notar las similitudes con su hija, misma nariz pequeña, los mismos labios finos y los mismos ojos marrones; lo único significativamente diferente era el color de cabello, su hija se lo había teñido de un rojo fuego, mientras que la directora mantenía su color rubio natural. Y claro que, porque por qué no, que su hija era ni más ni menos que la grandiosa Eleonora.

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⏰ Dernière mise à jour : May 19 ⏰

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