IV

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Ya que el jueves fue día feriado la noche del miércoles resultó inusualmente agitada, después llegó la noche del jueves que resultó ser la noche libre de Alec y el viernes por la noche Emmet llamó para reportarse enfermo (si hubiese sido cualquier otra persona el jefe se habría quejado y habría maldecido, pero Emmet además de ser un barman sumamente eficiente era quien había cubierto las ausencias de los tres barman que habían contraído exactamente el mismo virus estomacal que él esa semana, y esa era apenas la tercera ausencia del pelirrojo en más de cuatro años).

El sábado por la noche Emmet lucía un poco más pálido que de costumbre y las ojeras bajo sus ojos no pasaban desapercibidas ni siquiera con la interferencia del armazón dorado de sus lentes. Cuando (exactamente a las 11:17) Emmet dejó la barra para ir al sanitario Alec no quería otra cosa que seguirlo y preguntarle si estaba bien; pero se contuvo: las cosas entre ellos ya eran lo bastante incómodas sin el castaño haciendo un escándalo por tonterías como esas.

La noche avanzó lentamente sin problemas en las mesas ni clientes diferentes a las habituales pero, a eso de las cuatro de la mañana, una hermosa mujer de cabello rubio, cuerpo divino y rostro de modelo se sentó en la barra del lado de Emmet.

-Bloody Mary, guapo – la escuchó pedir Alec cuando pasó junto a la barra a buscar sus pedidos, y a partir de ese momento (y aprovechando que la mayoría de los clientes comenzaban a retirarse) se aseguró de no perderla de vista. ¿Qué se podía decir al respecto? Era hermosa se la viese por donde se la viese y coqueteaba con el pelirrojo de manera descarada y arrogante, con ese tipo de confianza que se adquiere cuando por un largo tiempo te has acostumbrado a ser el centro de atención.

Para un observador externo podría parecer por la naturaleza del intercambio entre ellos que el pelirrojo era receptivo a los descarados avances de la mujer y que en cuanto terminara el turno de Emmet él y la rubia pasarían una noche (o mejor dicho una mañana) "divertida"... pero Alec lo sabía mejor.

Emmet era un coqueto y un seductor, pero su interés no estaba en esa chica (y en ninguno otra mujer, para el caso); por el contrario: la forma en que continuamente acomodaba el marco de sus lentes y limpiaba los filos de los vasos una y otra vez delataban que ya estaba fastidiado de ella y, si le seguía el juego con esa sonrisa era sólo porque una clienta feliz era más propensa a dejar buenas propinas.

Pobre chica, pero así eran las cosas.

Realmente lo que sucedió después fue tan extraño como inesperado: los últimos clientes de la zona de Alec se fueron, el castaño se acercó a la barra para devolver las copas vacías y entonces la rubia (que había estado tan interesada en Emmet) lo miró y (evidentemente no en sus cinco sentidos,) dejando de lado al hombre más alto comenzó a hacerle al castaño ciertas insinuaciones de carácter sexual.

Por cortesía, por educación, por profesionalismo o por lo que sea Alec intentó ser amable en su rechazo, pero ella no estaba lo bastante sobria para comprender indirectas y continuó insistiendo, creando así un ambiente de incomodidad.

Cuando Alec llegó a trabajar la noche siguiente el chisme sobre el incidente se había corrido y, cuando el lunes por la noche todos se dieron cuenta (por fin) de que Emmet y Alec no estaban siendo tan cercanos entre ellos como de costumbre, no faltó el compañero de trabajo que les aconsejara no dejar que una mujer ebria y resbalosa los separara.

Emmet y Alec ni desmintieron la situación ni tampoco se molestaron en aclarar que Emmet se había molestado con la mujer no por ignorarlo en favor de otro, sino por atreverse a coquetear con Alec de entre todas las personas disponibles.

ALECWhere stories live. Discover now