XXXVIII

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Tal vez ni Alec ni Emmet eran de ese tipo de personas que se desviven por las opiniones de la gente... pero tampoco eran activistas ni mártires que gustaran de desgastarse tratando de resolver conflictos que de hecho escapaban totalmente a sus manos. No. Para ellos las cosas eran, de hecho, sumamente simples: si los dejabas tranquilos a ellos, ellos te dejarían tranquilo a ti.

No demasiado pedir ¿cierto?

Bueno, para mantener sus vidas tranquilas, era un requisito obligatorio que nadie supiera que estaban saliendo uno con el otro; y para que su relación pudiera continuar siendo un secreto, tanto Alec como Emmet habían acordado entre ellos reglas estrictas que seguían de forma puntual y precisa sin importar el lugar y el momento.

Regla 1: Así tuvieran que alternar entre ambos departamentos, llegar por separado o fingir encuentros casuales, ambos se aseguraban de que sus vecinos y conocidos no notaran que estaban pasando juntos mucho más tiempo que de costumbre (algo no tan difícil si consideramos que en el pasado los dos solían pasar muchísimo tiempo juntos).

Regla 2: Jamás se llamaban en público mediante nombres cariñosos (o los que pudieran ser entendidos como "cariñosos" tratándose de ellos).

Regla 3: Si alguna vez llegaba a surgir el tema de las relaciones personales en alguna charla con alguien más, ambos tenían permiso para hablar de alguna chica que les gustara o de una aventura que estuvieran viviendo (en pocas palabras tenían permiso para mentir a sus familiares y amigos de forma descarada y desvergonzada).

Regla 4: Los coqueteos con las clientas estaban permitidos si (y sólo si) ayudaban a ganar más propinas (pero en coqueteos tenían que quedar).

Regla 5: Aún si estaban solos en un pasillo (o en una bodega, o en un callejón, o... bueno, se entiende la idea) nunca debían dejarse llevar ni confiarse tanto como para actuar el uno con el otro con una cercanía más allá de la apropiada para una amistad.

Regla 6: (y de hecho esta derivaba de la regla 5) Nunca, sin importar las circunstancias o lo solos que pensaran estar, debían besarse, tocarse o hacer cualquier otra cosa que pudiera interpretarse como un gesto de pareja fuera de las puertas cerradas de alguno de sus apartamentos.

En el día a día, seguir esas reglas era algo sumamente sencillo no sólo porque los dos eran adultos perfectamente capaces de auto controlarse, sino también porque en general en el trabajo los dos solían tener tanto qué hacer que era algo sumamente difícil encontrar tiempo incluso para hablar entre ellos...

Hoy sin embargo no era un día a día.

Clima soleado, cielo despejado y una tarde inusualmente calurosa en la que las voces de los pajaritos entonaban trinares alegres y llenos de vida.

Donde la naturaleza parecía empeñarse en resaltar la belleza del día, los ánimos de la gente que se encontraba formada alrededor de la fosa eran apagados y deprimentes, y el canto de las aves era de hecho un triste coro para los llantos desconsolados de la madre de Samantha, quien sólo gemía y preguntaba una y otra vez qué es lo que había hecho ella para que su hija de fuera arrebatada de una manera tan cruel a tan pocos años de haber perdido también a su marido y a su hijo mayor en un accidente de tráfico.

Ella por supuesto no era la única desconsolada:

Entre los tíos, primos y parientes de Samantha, todos se turnaban para ir a apoyar a la señora Spitz mientras se abrazaban también los unos a los otros.

Entre los amigos de infancia de la mesera, los cuchicheos y movimientos apenados de cabeza no faltaban ni se hacían esperar.

Entre los compañeros del nuevo trabajo, los que estaban presentes miraban de un lado para otro con evidente incomodidad.

E incluso William, el antipático y controlador novio de Samantha, estaba en el centro de atención representando perfectamente el papel de un viudo afligido.

El comportamiento de los compañeros del viejo trabajo de Sam era totalmente diferente, porque si bien ellos no podían considerarse como tal miembros de la familia de Samantha Spitz, sí la conocían de largo tiempo y todos en algún nivel se habían acercado a ella en algún momento logrando cultivar una gran amistad. Entre ese grupo Gabriel y Scarlet eran sin duda alguna los más afectados debido a su cercanía personal con ella, pero eso no significaba que los demás se sintieran menos afligidos...

Y Alec en especial cargaba no sólo con la profunda tristeza de perder a una de sus amigas más cercanas, sino también con el recuerdo de esas terribles pesadillas que lo llenaban de cólera, desesperación, impotencia y desconfianza no sólo hacia ese hombre prepotente llamado William sino también hacia su propia persona.

Mientras el sacerdote leía oraciones y leía palabras dedicadas a Samantha, la ceremonia era para Alec algo dolorosamente vívido e intenso, y era también una pesadilla a plena luz del día de la que él daría todo por poder escapar.

Tal vez fuera por su carga emocional, tal vez fuera porque ahora necesitaba urgentemente el consuelo de esa misma persona que en las situaciones duras de su pasado lo había ayudado a salir a flote o tal vez fuera también porque estaba mareado debido al calor y porque no había sido capaz de comer nada esa mañana...

Tal vez fuera sin embargo por la combinación terrible de todo lo anterior.

Por lo que sea que fuera, mientras se leían los últimos salmos y el ataúd con el cuerpo de Samantha era bajado y cubierto de tierra, Alec simple y sencillamente no pudo resistir más y terminó por entrelazar sus dedos con los de Emmet mientras se recargaba en su hombro, buscando así en el otro una fuente de consuelo y de fortaleza que le ayudara a sobrellevar la situación.

Fue sólo ese gesto inofensivo y, si bien era un gesto un poco extraño que arañaba los límites de sus reglas de forma peligrosa, no tendría por qué ser un gesto que trajera sobre ellos mayores consecuencias.

Excepto que, bueno, mientras que todos parecían enfrascarse en llorar por Samantha y por su familia, hubo dos personas entre la multitud que de hecho se dieron cuenta de ese gesto entre ambos.

La primera de esas personas sólo miró las manos entrelazadas sin poder creer lo que veía... y luego escenas que le habían parecido extrañas en los últimos meses cobraron sentido y lo hicieron sentir tonto por no haber sumado dos y dos desde antes.

En cuanto a la segunda persona... esa persona tendría tiempo en una fecha posterior para procesar lo que estaba viendo. Por ahora sin embargo, su mente no tenía interés en nada que no fuera el dolor que sentía por la ausencia de la mujer especial a la que nunca volvería a ver y a la que (a pesar de las circunstancias) extrañaría y recordaría por muchos años más.

ALECWhere stories live. Discover now