1 - Un asno y una boda

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Su pie, demasiado grande para un cuerpo tan pequeño, se enganchó en una enredadera. Cayó de bruces y resopló adolorida. Escupió una hoja que se le había metido en la boca.

Giró, se incorporó en el culo y desenganchó su pierna. A la vez, estudió el alrededor, con la esperanza de vislumbrar un movimiento que le indicara el acercamiento de su pesadilla personal.

—¡Odiel! —llamó en un susurro.

Se encontraba en la Corte de Otoño. Las hojas de los árboles, los helechos que colgaban de sus ramas, hasta las espinas de los matorrales, lucían varios tonos de dorado y rojizo. El sol cruzaba la selva a raudales y lograba que el riachuelo proveniente del gran Yrthane se viera como la miel derretida.

Níniel inspiró el olor de la tierra húmeda y escuchó el duelo de canciones entre los gorriones y los ruiseñores.

Pocas veces salía de las sub tierras de la Corte Astillada y lo hacía después de un plan previo que controlaba entradas, trayecto y salidas. No era que se ocultase, todos los seres de todas las cortes élficas la conocían. Pocos eran los que habían quedado sin haber hecho tratos con ella, aunque en susurros decían que pactar con ella era una y lo mismo que hacerlo con el diablo de los humanos. Eso no les impedía que la buscaran, porque, claro, todos los elfos creían en su prepotencia que estaban por encima del panteón de los humanos. Hasta que tenían que pagar.

Níniel, una rareza entre todas las excéntricas criaturas que habían recibido almas del dios Tor-wë, —dios que por pura cabezonería se negaba a reconocer—, evitaba ser el objeto de miradas fisgonas. Había tenido siglos para acostumbrarse a su aspecto: la cabellera mitad blanco-nieve mitad negro-carbono, los dedos de las manos y los pies muy largos y delgados, preparados para un cuerpo de elfo maduro, no para el de ella, que se había quedado a la altura de un humano promedio. Después de la resurrección había tomado de los elfos la piel como la espuma de la leche y sus orejas puntiagudas, pero el conjunto tenía el aspecto de una criatura sin acabar. Una criatura con una mente retorcida, con un poder inaudito y sin magia.

Resopló y frunció los labios.

¿Dónde se habría metido Odiel? Cuando lo encontrase llevaría a cabo la eterna amenaza de atarlo con una cadena encantada que no le permitiría salir de la Corte Astillada.

El asno era otro efecto secundario de su segunda vida. Su única culpa había sido que se hubiese encontrado en el establo y hubiese bebido del agua destinado a Níniel. Desde entonces, de algún modo absurdo, buscaban la familiaridad de otro. Vivían juntos, dormían juntos —vale, Odiel dormía en la alfombra sin importar cuánto gimoteaba para que la acompañase en la cama—, y volvían el uno al otro si se perdían. Y se perdían mucho.

Níniel sabía que Odiel volvería eventualmente con ella. Cuando se cansaría de destruir nidos de pájaros, comer de los jardines de los altos lores, asustar a los niños y quién sabe qué más. Odiel volvería en compañía de un ejército de elfos enfurecidos y ella tendría que matarse la cabeza para pagar sus desperdicios.

—¡Odiel! ¡Vuelve aquí ahora mismo! —espetó en voz alta.

Unas aves asustadas abandonaron las ramas cercanas. Después de que el silencio regresara, Níniel se empujó con fuerza en las manos y saltó para ponerse de pie. No gozaba del talento de leer huellas, aunque las que dejaba atrás su asno se verían desde el cielo. Un poco más adelante vislumbró una rama rota. Llegó hasta ella, después caminó hasta un par de rocas y subió. De allí se agarró de una rama y trepó un fresno. El defecto de sus dedos le impedía remendar la ropa, pero eran una ayuda extraordinaria en actividades sin utilidad práctica.

Cuando estuvo a la altura, agudizó el oído. Oyó música suave, violines y flautas, pero nada del galope de un asno. Igual, no podía fiarse de los cascos de Odiel, el asno tenía más magia que ella, y podía modificar su tamaño, desde el de un gato hasta el de un dragón. Hasta un idiota se habría dado cuenta de que, en el proceso de su resurrección, ella se había quedado con la belleza y el animal con la magia. Magnánimo había sido el dios.

NínielWhere stories live. Discover now