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Níniel perdió el tiempo en la cocina y se mantuvo cerca de Ieldal, con la excusa de que hablaran sobre el torneo, y esperando que no le pareciera curioso su interés por Eru.

Así se enteró de que se había saltado el almuerzo porque había salido hacia un destino conocido solo por él. Había pasado también la cena, y si las estrellas no se equivocaban, se acercaba la medianoche cuando Níniel escuchó sonido de cascos de caballo.

Entre una tarea y otra, ella también había abandonado la Corte de Otoño, para un encargo especial. Esperaba no equivocarse, esperaba haberlo hecho para bien, pero tardaría hasta asegurarse y los nervios le retorcían las entrañas.

Se levantó desde el tronco que había ocupado y se arropó con la manta. Tenía frío, pero la falta de calor corporal no tenía nada que ver con la temperatura del aire. La inquietud, las preocupaciones, el miedo, hacían que le castañearan los dientes y notara pinchazos en la piel. Los sentimientos se manifestaban peor que la más monstruosa tormenta. Desearía encontrar un encantamiento que tuviera el poder de llevarse las emociones, pero ninguna criatura que conociera gozaba de ese don.

Cuando escuchó el galope del Lotus más cerca, Níniel abandonó la manta y entró en el establo. Maldijo porque no había pensado en traer a Odiel, que le hubiese dado un motivo para encontrarse allí. Cogió lo primero que vio, un brazo de heno, y salió de la cuadras justo cuando Eru entraba, llevando a su caballo de las riendas.

—Ya era hora de que apareciera, Su Alteza —comentó mordaz—. Tiene a Ieldal agobiado con tanto trabajo para el torneo y a nadie para que le contestara preguntas.

Por el aspecto de Eru, no podía saber dónde se había perdido. Se veía desaliñado, sudoroso, cansado, pero con un brillo de determinación en la mirada, que no había notado por la mañana. Podría haber hecho cualquier cosa, desde revolcarse con Wysarora entre sedas y plumas hasta preparar los campos para la cosecha o matar criaturas malditas.

—¿Níniel? ¿Qué haces aquí? —Él se detuvo un momento para mirarla y empezó a desensillar a Lotus.

—Acabar mi trabajo. Y tú no te imagines que hayas acabado el tuyo, sea lo que fuese que has andado haciendo, porque somos dos en este trato y para que funcione necesito tu colaboración.

—¿De qué estás hablando?

—De tu novia, del torneo, de las preparaciones. ¿Has estado practicando? —ataco ella.

Dejó el heno en un rincón, esperando que los criados no la mataran cuando lo encontrarán tirado allí.

—No necesito practicar.

—Deja de ser cabezota.

Eru se agachó para dejar la silla de Lotus, pero Níniel pilló su sonrisa y respiró aliviada. Estaba bien. Lo bien que se podía estar.

Él se giró hacia ella, y cuando un criado apareció para ofrecerle ayuda con el caballo, lo dejó a su encargo.

Níniel lo siguió fuera de las cuadras como una sombra.

—Pequeña, deja de preocuparte. Sé lo que hago.

—Pero yo no sé qué estás haciendo. Y si no sigues mis indicaciones no puedo asegurarte la victoria ni la conquista de la elfa.

—Si hubiera sabido en lo que me metía cuando... —Eru resopló y no finalizó la oración.

Níniel tuvo que acabarla en su mente y procuró no sentirse herida.

—Vete a dormir, Níniel. Podemos hablar mañana.

—Mañana será demasiado tarde. —Hacía esfuerzos para caminar a su lado, las zancadas de Eru eran demasiado largas—. Necesito ver tu ropero.

NínielWhere stories live. Discover now