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—¿Ves? Tenía razón —se vanaglorió Eru cuando se encontraron al otro lado del extraño bosque.

Habían hecho el camino casi en silencio. Ni siquiera Odiel se había atrevido a separarse de su lado.

Níniel soltó un suspiro de alivio. Tenían los árboles a la espalda y delante se alzaba una cordillera, con los picos perdidos en la nube.

—¿Tenemos que subir? —preguntó, preocupada. El terreno montañoso, con sus caminos retorcidos y las piedras sueltas, era una pesadilla para ella.

—No por aquí. Seguiremos el curso del río un rato.

—¿Cuánto rato?

—Te pones cada vez más quisquillosa —le reprochó Eru—. ¿Estás lista para la competición?

—Siempre, elfo. —Níniel ahuyentó la preocupación y le dirigió una sonrisa torcida, llena de falsa confianza.

Como estaban rodeados por un lado del bosque y en el otro estaba el valle que daba a las orillas del río, decidieron elegir un árbol al azar como blanco.

—¿Quieres tirar primero? —ofreció Eru.

Níniel frunció los labios. Era buena con el arco, pero dudaba que fuese mejor que él. Su única esperanza quedaba en que Eru fallara. Qué loco se imaginaba dar en blanco con los ojos tapados, teniendo o no la experiencia de la guerra.

—No. Te dejaré ventaja —se burló ella.

Mientras sacaba su arco y preparaba las flechas, espió de reojo a Eru. Su arco era uno bueno, obtenido como pago por un trato con un elfo manufactor, pero el de Eru era el doble de grande. Además él se movía con la desenvoltura de un maestro. Acarició la cuerda con la familiaridad dada por muchos años de uso y la tensó con un gesto sencillo, que endureció los músculos de su brazo.

—Para mí el blanco es demasiado grande. Qué te parece si dibujamos un círculo... o tres —indicó, al leer la expresión pasmada de Níniel—. Acerquémonos para establecer la altura. ¿Te cuesta alzar el arco?

—No me va a costar nada. —Níniel se encaminó hasta el árbol mientras farfullaba en silencio. Perdía su fe a medida que se preparaban. Creía que acertaría incrustar una flecha en el árbol, pero Eru le reducía las posibilidades y estaba forzada a aceptar sus condiciones para no hacer el ridículo.

Después de discutir un rato, eligieron la zona del tronco que estaba un poco por encima de la cabeza de Níniel.

—No me gusta tallar el árbol. Cogeré un par de cintas y las ataré alrededor. Habrá tres. Gana el que logra darle lo más cerca a la del medio.

Níniel resopló. Mientras Eru elegía las cintas, se alejó y probó tensar la cuerda y alzar el arco. No la hizo desde la posición de la que se van a encontrar, sino más cerca. La flecha se incrustó en el tronco, justo por encima de la primera cinta y entre las manos de Eru. Justo donde quería darle.

—No está nada mal —se rio él—. Pero tendrás que hacerlo mejor. Tendrás que hacerlo con los ojos tapados —canturreó al pasar por su lado.

—¿Al mejor de tres? —propuso Níniel.

—Cómo quieras. Puedes pedir que nos enfrentemos al mejor de sesenta y nuevo y no vas a ganar.

—Tu modestia... —Ella suspiró y puso los ojos en blanco. Pero no se permitió pensar porque hacerlo significaba que le entraría miedo y si competía con miedo ya podría darse por pérdida.

Se imaginó que era un juego, lo que era, de hecho. Una competición de egos. No pasaría nada si no ganaba. Viviría con las burlas de Eru como lo había hecho hasta ahora.

NínielWhere stories live. Discover now