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Níniel se tiró en la cama y soltó un suspiro de alivio.

¡Qué día más agotador! Se sentía medio muerta y si hubiese tenido la ocasión le hubiera encantado hacérselo saber al cabezota elfo que le había prometido que iba a sentirse como una persona nueva. Al parecer, incluso sufriendo por la falta de sueño, Eru tenía la energía de una manada de caballos, mientras que ella no llegaba ni a la altura de Odiel, que había aguantado más. Aunque en ese momento, el asno se había dejado caer en el suelo y no movía ni las pestañas, mientras los gatitos subían y se dejaban caer desde su lomo.

Se giró sobre la espalda y miró el techo formado por trozos de leña.

—¿Has visto lo encantador que ha sido con Eawe? ¿Y con los niños? —preguntó al asno, la indignación burbujeando en su pecho—. Seguro que se tomó alguna poción que cambia de carácter esta mañana. Es decir, a mí, yo —se señaló el pecho—, que intento ayudarle y darle buenos consejos, me gruñe. ¡Casi me muerde! ¡Me deja caer en lodo! Y pasa el día revoloteando alrededor de la ninfa cómo si fuera el campeón de las conquistas.

Hizo el esfuerzo de levantarse porque tanto nervio le había dado sed y después de tomar agua, continuó.

—Bueno, sí, es un conquistador, pero en la guerra. Quiere a Wysarora, no debería marchar por aquí con los andares de un bobo enamorado. ¿Y sabes qué me dijo cuando le llamé la atención de que debería guardar las apariencias? Dijo que se entrenaba. ¡Entrenaba! —gritó Níniel, ya furiosa.

La gata siseó en respuesta, pero Odiel continuó sin moverse. Cierto era que el asno conocía la larga lista de quejas de Níniel, se les había repetido durante el camino de vuelta.

Ya que había caído la noche, Eru había ordenado una escolta para Eawe y el hecho de que no la hubiese acompañado él mismo, la tranquilizaba. Pero no lo bastante para dormirse, a pesar del dolor de piernas.

Asqueada porque no obtenía ninguna reacción de parte de su oyente, volvió a tenderse en la cama. Se quitó las botas, los calcetines y el pantalón con el que se había cambiado después de caer en el lodo. Se dejó puesta la camisa, planeando que en la primera hora de la mañana encontraría un charco de agua limpia para darse un buen baño. Se había lavado a conciencia cada día con un trapo húmedo y usado los aceites para la piel, pero necesitaba la magia de un río para que se llevara las obscenidades de su cabeza.

También tenía que salir de la corte para encontrar a algunos de sus clientes. Eawe le había traído cartas, además esperara que Wysarora contestara al soneto que le habían mandado. Tenía que preparar un encuentro entre los novios.

Se mantendría ocupada y no volvería a olvidarse de que estaba trabajando para cumplir una condena. En cuanto Eru se comprometiera regresaría a casa y a sus propios planes. Su paradero era solo temporal.

Níniel se lo repitió hasta que se quedó dormida, pero al levantarse llevaba la carga de una tristeza descomunal. Pensó que debería haber soñado algo que no recordaba y que le había dejado un agujero en el alma. Fiel a su decisión, preparó una muda de ropa y los aceites de baño. Procuró convencer a Odiel para que la acompañara, no obstante, el asno se negó y se acomodó mejor entre los gatos.

Níniel resopló, dolida. El animal y Eawe eran su única familia. La ninfa no la necesitaba tanto como el asno, y este le había dado señales de rechazo últimamente. ¿Qué sería de ella si Odiel la abandonaba?

Salió con la cabeza gacha y se adentró en el bosque, en busca de agua. Era muy temprano, el sol no se había alzado del todo. La luz la acosaba de delante, empuñando contra los troncos como lanzas incandescentes. Sonrió al oír los sonidos, el elegante baile de las hojas al tocarse, la hierba crujiendo bajo sus pisadas, la canción suave del viento, el conversar chirriante de los insectos. Era lo que había buscado, un silencio lleno que ocupara el ruido de su cabeza.

NínielWhere stories live. Discover now