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A lo mejor hacemos magia.

¿Pero qué maldiciones está soltando tu boca?

Níniel gimoteó con la cabeza gacha mientras dejaba que sus piernas eligieran el camino. Regresaba a su cuarto porque, de momento, no había encontrado otro sitio donde dormir. Aunque si seguía comportándose como una idiota absoluta, pronto se cumpliría su deseo y Eru se deshiciera de ella.

—¿De verdad le propuse visitarlo de noche en sus cuartos? Ay, Odiel, no podrías haber sido más evidente. Y, de nuevo, es por tu culpa. Estoy pagando por tu enamoramiento —farfulló.

El asno golpeó la tierra con las pezuñas y sacudió la cabeza con violencia.

Sin impresionarse, Níniel continuó.

—Nada, vamos a intentar dormir antes de que nos alcance el sol. Nuestro amo nos espera pronto.

Níniel lo intentó con tanta fuerza, que cuando por fin decidió levantarse le dolía el cuerpo por cuánto había mantenido sus músculos en tensión cuando en realidad quería relajarlos. Su cabeza zumbaba, le picaban los ojos y su humor no era un tema para discutir esa mañana.

Cuando Ieldal se presentó a su puerta, no había llegado a desayunar. Acababa de lavarse la cara y empujar a Odiel para que se levantara, porque se negaba a sufrir a solas.

—Su Alteza solicita su presencia, señorita —dijo Ieldal en cuanto le abrió la puerta.

Níniel lo estudió con un solo ojo abierto. El elfo llevaba un pantalón de color azul, bordado con cintas doradas, camisa blanca con cordones dorados también y un chaleco con botones brillantes. De sus orejas colgaban tantos pendientes que no podía contarlos y un par de brazaletes se asomaban por debajo de las mangas de la camisa.

—Es demasiado temprano, no estoy lista —respondió—. Dile que tardaré un rato más.

—Ya veo. —Ieldal inspeccionó su camisón de dormir, uno suyo, de tela sencilla, que se había salvado cuando Eawe había metido la nariz en su equipaje—. Parece que necesita ayuda. —Entró en su cuarto y cerró la puerta a sus espaldas—. ¿Me permite? —dijo, pero sin esperar respuesta se dirigió hacia el baúl donde Níniel había guardado sus cosas y empezó a rebuscar.

Boquiabierta, ella no se movió, pero Odiel por fin levantó la cabeza. Estudió al elfo durante un momento, olisqueó, y en falta de algo de su interés, volvió a tumbarse de un lado en la alfombra.

—No conozco los planes de Su Alteza para hoy en que a usted le concierne, pero le sugiero que siempre use zapatos cómodos. Aquí nunca se sabe dónde puede llegar uno.

—Ya veo. —Níniel copió la expresión del elfo, que tenía la cabeza metida en el baúl.

—Me parece que no ha venido bien preparada. Sería un placer permitirme que me ocupe de su vestuario.

—Te repites, Ieldal —contestó Níniel de malas maneras. El elfo alzó la mirada con expresión herida y ella le concedió el deseo—. Por supuesto, haz lo que quieras con mis cosas.

—¿Puedo quemarlas? —se interesó este, mucho más animado. Como si ya lo consideraba un hecho, le tendió un par de prendas—. Esto debería ser suficiente para hoy. Le esperaré afuera.

Níniel infló los labios a su espalda. Suspiró con pesadez y se dirigió hacia la cama para cambiarse. Ieldal había elegido un conjunto formado por una túnica casi transparente de color blanco y un pantalón suave, ambos propiedad de Eawe. Por supuesto que tenían los mismos gustos en materia de moda. Pero Níniel había creído que la camisa era una de dormir. No pensaba salir con los pezones marcados, seguro que Eru lo consideraría un acto de guerra.

NínielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora