Capítulo 5

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Níniel le dio una palmadita en la nalga al asno para que se moviera.

—¿Te lo puedes creer? —farfulló—. Estarás disponible a cualquier hora del día o de la noche. Acatarás mis órdenes sin requisar. Vivirás en mis tierras —se burló, procurando imitar la voz de Eru. Quizá después de una semana sin dormir y comer arena llegara a sonar parecido—. ¿Quién se cree que es?

Odiel alzó el morro y descubrió los dientes.

—¡Exacto! Me da igual que sea un príncipe.

El asno rebuznó, avanzó un par de pasos, se detuvo y miró hacia atrás, en la dirección del castillo.

—No, no vas a convencerme. Al contrario que tú, no tengo el más mínimo interés de vivir en un castillo. Seguro que vamos a compartir una pocilga con los cerdos.

Odiel se carcajeó con unos relinches que la dejaron sorda.

Níniel lo empujó para que volviera a marchar, y se abrazó mientras pensaba. No tenía adonde huir ni planeaba cambiar su vida, renunciar a sus sueños por culpa de un pequeño error. Verdad que había sido un pequeño error con consecuencias considerables, pero no era nada que no pudiese resolver. Le tomaría un tiempo, pero lograría contentar al príncipe.

El maldito había huido antes de informarle sobre sus condiciones. Seguramente habría pensado en una especie de cárcel para ella. Más le encantaría hacerle saber que acataría sus órdenes bajo sus propias condiciones. O estuviese mejor que le sorprendiera. No lo tenía claro, era complicado trazar el plan de una batalla cuando su enemigo era maestro en guerra.

Níniel condujo al asno por el sendero que llevaba a la parte correspondiente al verano de la Corte Astillada. Allí los días eran más largos, las noches más cortas y de temperaturas suaves, razón para que sea el centro de las tabernas. Una en especial, llamada Hada Feliz, era la oficina extraoficial de Níniel. El hada dueño no había sido feliz ni un solo día en los años desde que ella le conocía, pero sus clientes lo eran siempre.

Anim tenía rostro de rana, orejas de elfo, brazos de madera y peluda la mitad inferior del cuerpo. En su establecimiento se entraba por el hueco de un árbol, escaleras hacía arriba, con reservados para sus clientes más importantes, y peldaños hoscos hacía abajo que llevaban a unas cavernas inmensas, provistas con todo lo necesario para la clientela más ruidosa.

Níniel dejó al asno en la parte de atrás, acompañado por una familia grande de conejos. Le prometió traerle postre si se comportaba, y subió hasta la última planta, la tercera. Se había apropiado de una mesa situada bajo la ventana. Literalmente, le había ayudado a Anim con un buen trato para que esa mesa estuviese disponible para ella cuando quisiera.

Se sentó, le hizo una señal a la mesera y mientras esperaba que le trajera la bebida, sacó el fajo de papeles de su bolso.

Su cliente no tardó. Vino encapuchado y caminando con la cabeza gacha. Níniel soltó un bufido. Todos hacían lo mismo, deseaban pactar, pero que no se sepa que lo hayan hecho.

Ninguno de los elfos desvelaba los encantamientos que estaban en su poder. Unos eran evidentes, como los de los elfos de alta cuna y sangre antigua, que llegaban a convertirse en bestias de pesadillas, ejemplo el fantástico león alado de Eru. Pero otros no tanto; no era de conocimiento público que un par de seres que pertenecían a la Corte de Invierno fallaban al dominar el agua, o el fracaso de los elfos de verano que mataban la vegetación. Ese era el trabajo de Níniel, descubrir sus debilidades, sus fortalezas, e intercambiar un encantamiento por otro, sin que los dueños se conocieran.

Había empezado con la ayuda de Eawe, maestra en escuchar y, bendita sea por su dios, experta en contarle a Níniel, con todo detalle, los chismes de las cortes élficas. Poco a poco se había creado una red de informadores, que eran de gran ayuda a la hora de encontrar clientes. Verdad que ahora ya tenía su reputación y que solían buscarla ellos, pero nunca era demás estar bien informada para negociar mejor.

NínielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora