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Níniel cambió de posición y se cubrió mejor con la manta.

No lograba dormir, a pesar del cansancio de su cuerpo. Tampoco se sentía avergonzada por haber perdido ante Eru en la competición de tiro con arco, pero el sueño la evitaba.

Sin querer, mantenía el oído agudizado para escuchar algún movimiento. Los animales habían elegido su sitio, un poco más alejados de ellos, cerca de la orilla del río, y a Eru le había dejado con la espalda apoyada en uno de los troncos. Había aceptado que ambos hicieran guardia, a pesar de su victoria, y le había prometido que la despertaría más tarde para cambiarle el turno.

Níniel resopló y volvió a girarse bajo la manta.

—¿Quieres dormirte? —gruñó Eru.

Ella dio un brinco. ¿Cómo era que la había oído?

—Si no paras de hablar ¿cómo voy a hacerlo? —se quejó.

Tampoco lo escuchó cuando se acercó. De repente, una sombra se cernió sobre ella y apenas ahogó el grito cuando Eru habló.

—¿Quieres hacer tú el primer turno?

Níniel se incorporó y se apoyó en una mano a la vez que él se acuchillaba a su lado.

—Puede que me viniera bien. No logro sosegarme.

—No te sientas mal por haber perdido, Níniel. Cualquiera lo hubiese hecho.

Ella fingió una arcada.

—Me deja sin cuidado haber ganado, Su Alteza.

—Ya veo —susurró él—. ¿Puedo hacer algo para ayudarte?

Níniel abrió la boca y la cerró con ruido.

—Ya lo creo. Porque escuché que tú eres un maestro en dormir. ¿Es así?

Eru agachó la cabeza y se rió suavemente.

—¿Qué más escuchaste sobre mí? ¿Quién habla? ¿Qué dicen? ¿Tengo que matar a alguno? —bromeó él, aunque Níniel se imaginó que el interés que notó era auténtico.

Sin haberlo planeado, cogió la mano de Eru entre las suyas. Cuando se dio cuenta del gesto se quedó congelada, con miedo de retirarse de golpe para no darle a entender que se arrepentía. Sus dedos eran demasiado largos, cubrían la palma entera del elfo. Bajo las sombras de la noche se veían esqueléticos, formas del mundo de la oscuridad. La piel de Eru era caliente en comparación con la de ella, y su tacto era áspero, pero no desagradable por ello.

—Tus criados se preocupan por ti —dijo en voz suave. Entonces apartó sus manos y se quedó cabizbaja.

—No tienen razones para hacerlo. Chismosos —se quejó Eru. Níniel buscó en su rostro y en su voz señales de que se había molestado por haberle tocado, pero no les encontró—. Te voy a demostrar cómo se duerme. Anda, a tu puesto.

Ella se levantó de malas ganas. Dejó la manta en el suelo, pero un momento después le entró frío y volvió a cogerla. No obstante, Eru se tumbó en su lecho y tiró de ella.

—Un soldado no tiene que estar confortable.

Níniel dio tumbos porque él había tirado con fuerza y perdió el equilibrio.

—¿Qué haces? ¡Devuélveme mi manta! Y prepárate tu propio lecho.

Eru se acomodó y se cubrió hasta el mentón. Después suspiró satisfecho.

—No tiene sentido preparar otro, ya que no vamos a dormir los dos a la vez. Avísame cuando te canses —dijo y cerró los ojos.

Níniel resopló y se abrazó. Se quedó unos momentos, indecisa, pero al ver que Eru no le devolvería la manta le dio la espalda y se alejó. Comprobó a los animales, después se quedó un momento en la orilla, escuchando el chapoteo del agua. Regresó y agudizó el oído. Colocó mejor el carcaj y jugó con el arco, quitándolo de su hombro y volviendo a colocarlo.

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⏰ Last updated: Apr 19, 2023 ⏰

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NínielWhere stories live. Discover now