12 - Una pequeña batalla

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Después de un par de horas, Níniel gruñó desesperada.

Eru la estudió con interés. Tenía las mejillas enrojecidas, la mirada febril y mechones rebeldes se habían escapado del moño improvisado.

—¿Estás enferma? —inquirió con curiosidad.

No tenía experiencia con las enfermedades. Con las heridas se las apañaba; sabía coser un corte, extraer una flecha y detener una hemorragia, alinear huesos torcidos y preparar cataplasmas para los moratones. Pero cuando la lesión era interna, —poco frecuente entre los elfos, más habitual para los seres débiles—, no sabía qué hacer.

De repente, se preocupó porque no había tenido en cuenta que Níniel sería endeble. Su complexión era demasiado delgada, extremidades flacuchas y un montón de pelo. Le vino en la mente una historia sobre un ser que falleció a causa de que su cuerpo pequeño no pudo aguantar un espíritu desmesuradamente grande. Podría ser el caso de la media elfa. ¿Tendría un curandero habitual? ¿Necesitaría infusiones potentes?

Antes de que la preguntara, ella tiró la pluma y espetó:

—Estoy enferma de asco.

—¡Cuidado! —Eru se adelantó para recoger la pluma, que había salpicado con tinta varios de sus pergaminos. Aliviado porque la dolencia de Níniel no era una desconocida, decidió que no era un buen momento para regañarla—. Seguro que algo de comida le ha caído mal a tu estómago. Le pediré a Ieldal que te prepare una infusión.

Níniel retiró el pelo de su cara y enarcó las cejas, mientras apoyaba su rostro en las palmas.

—No he comido. No me diste tiempo para hacerlo. El asco que siento es por los nuestros intentos fallidos.

Eru echó un vistazo rápido a sus dedos. Eran largos, raros, pero no feos. Salidos de lo común, por supuesto, ¿pero no lo eran todas las criaturas vivas y no tan vivas de las tierras élficas? Apartó la mirada para que Níniel no encontrara en su mirada otra razón para discutir.

—¿A qué te refieres?

—¡A la mierda de asno de poesía que escribimos!

Eru hizo una mueca por la elección del vocabulario.

El animal de Níniel, que dormitaba desde hacía un tiempo, con la parte trasera acomodada bajo el escritorio, levantó la cabeza.

—No, aún no vamos a comer, Odiel. Vuelve a dormirte —dijo ella, en voz mucho más suave.

¿Cómo era que a él le chillaba y al animal le hablaba con ternura?

—Estoy satisfecho con el resultado —confesó. Cogió el pergamino con los versos y los repasó.

"Ni un bosque de Mallorn podría igualar

La musa que en mi prosa tú pones al hablar

O en mis versos

Cuando escribo lo que pienso

Te huelo, te veo, te pienso

A veces, tan profundo, tan adentro

Que no entiendo ese momento, me confundo

Te deseo, soy perverso

Y no hay esfuerzo

Que desvie el pensamiento

Del espectro de los besos

Que pusiste en mi recuerdo..."

—Es bastante...

—Hace que parezca que estás desesperado.

—...intenso. —Eru finalizó su oración a la vez que Níniel hizo su comentario—. En este caso lograste tu propósito, mentir. Te recuerdo que tu mano la escribió, no entiendo por qué te molesta. ¿Cambiaste de parecer? ¿Estás de acuerdo conmigo en que sería mejor ser sincero?

NínielWhere stories live. Discover now