7 -Amigos y enemigos

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Níniel trotaba, pisando el suelo con furia. Con las manos ocultas bajo la capa, cómo hacía cuando no se sentía confortable dejarlas a la vista, refunfuñó:

—No necesito una escolta.

Eru, que al parecer era demasiado listo para acercarse a ella cuando tenía uno de esos momentos, la escuchó, a pesar de caminar varios pasos detrás de ella.

—Eso no te lo crees ni tú. Hace un par de días desde que te necesito y he tenido que salir a buscarte en varias ocasiones. Y mira dónde hemos llegado...

Níniel se detuvo de golpe, con los oídos pitando. Escuchó a Eru acercándose. Se giró en su encuentro lo más despacio que pudo.

—¿Dónde hemos llegado? —Le provocó con una mirada desdeñosa, inspeccionando sin vergüenza el aspecto desastroso del ex general.

Tenía manchas de hierba en el pantalón, el pelo alborotado en el lado que lo tenía largo, había tenido que ponerse la camisa arrugada y medio comida por Odiel. El arco que llevaba a la espalda, de madera fuerte, brillante y cuerda gruesa era el único objeto que recordaba al temido elfo.

—Lo que pasó esta noche será olvidado.

Níniel asintió con una sonrisa.

—Enterrado para siempre —continuó él, frunciendo el ceño con una expresión fiera.

Níniel rodeó el cuello del asno que movía la mirada entre el uno y el otro.

—¿Verdad que es adorable, mi amor?

—Jamás pasó. No pasó nada —dijo Eru, mirando ahora por encima de su cabeza.

Níniel comprobó que no había nada que llamara su atención, por lo que supuso que Eru viajaba al país de los recuerdos de la noche pasada, en un intento fallido de dejar de culparse. Qué elfo más exagerado. Cierto era que ningún otro de su cuna hubiese llegado a compartir con ella bebida, comida, y una cama improvisada, pero tampoco era que su dios le mandara un rayo por hacerlo.

—Haz lo que quieras. —Ella encogió los hombros—. Pero yo no lo olvidaré.

Volvió a caminar y a enfurruñarse. Se recordó que iba a trabajar para él por tiempo indeterminado y que viviría en una corte verdadera. Eso no estaba bien para su ánimo. Conocía su sitio, y no estaba en la Corte de Otoño, aunque fuera en las cuadras. Puede que Eru necesitara más del encanto que le había proporcionado la noche anterior para desear escapar de ella cuanto antes. Ya tenía un aliado tremendo en Odiel, solo faltaban un par de situaciones adecuadas. La idea la animó y marchó con más velocidad.

Llegados a su casa, le pidió al asno que la esperara y tampoco invitó a Eru a entrar. Empujó adentro a Eawe, que se había adelantado en su encuentro, y cerró de un portazo.

—¿Mis ojos han visto a Eru afuera? —inquirió la ninfa, asomando la nariz por un lado de la cortina—. ¿Qué hace aquí? ¿Y por qué tiene pinta de maltratado?

—Porque pasó la noche conmigo. Y está aquí para llevarme a su casa.

—Vaya. —Eawe le dedicó una sonrisa muy larga—. No me lo esperaba. Níniel, no sabía que puedes moverte tan rápido. Mis más sinceras felicitaciones.

Desde su habitación, Níniel bufó con ruido. Agarró un par de cosas y volvió al salón, dejándolas caer encima de una silla.

—Es mi castigo, tonta. ¿Qué te imaginas, que vas a hacer de madrina? ¿Olvidaste que quiere casarse con esa modelo de elfa? Yo iré a trabajar para él, aún no sé dónde ni por cuánto tiempo.

NínielWhere stories live. Discover now