9 - Tratos raros

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Eru desmontó al otro lado de la verja, y Níniel agradeció la poca protección del muro de madera ante la fuerza bruta de los... animales.

No le daban miedo los caballos, pero el del elfo se asemejaba más a una bestia. Grande, musculoso, de piel tensa, mojada ahora por el sudor de la carrera. Por el otro lado, Eru no se quedaba atrás. Con las botas de montar cubriéndole las pantorrillas robustas, y su usual camisa sin mangas, que dejaba al descubierto la fuerza de los brazos y parte del fornido pecho. Estaba vestido de blanco, en honor a su dios, menos las botas, que eran de un cuero gris luminoso, en conjunto con el cinturón.

—Bien, estás aquí —dijo él, manteniendo entre las manos la brida.

El caballo no se tranquilizaba, seguía pisando el terreno con furia y giraba alrededor de él.

—Creo que deberíamos discutir nuestros asuntos. Necesito saber qué esperas de mí —respondió Níniel. Tendría que haber bebido más agua, el queso había sido demasiado salado, se dijo, ante la sequedad de su boca.

—Estoy de acuerdo. Puedes empezar por ayudarme a llevar a Lotus a su cuadra.

Suponiendo que Lotus era el caballo, Níniel le dirigió una miradita de reojo. Considerando su tamaño, calculó que le llegaría al diablo con nombre de flor hasta la barriga.

—¿No tienes a otra gente para hacer esto?

—La tengo pero no la quiero. ¿Tienes algún problema que debería conocer y que te impide trabajar con caballos?

—Por supuesto que no. —Níniel abrió la puerta de la verja con cuidado, poniendo toda su atención en el gesto. Hizo todo lo posible para alargar el momento del acercamiento, si no fuera porque Odiel la empujara y se adelantara. Maldiciendo el entusiasmo del asno, cruzó los brazos—. ¿Qué necesitas?

—Sígueme —dijo Eru y se encaminó, con el caballo a su lado y Odiel olisqueando el aire, hacia la construcción de madera.

Níniel hizo una mueca a su espalda. No solía acatar las ordenes, no le gustaba hacerlo. De hecho, era propensa a hacer justo lo contrario de lo que alguien le mandara. Durante un momento se planteó darse la vuelta, pero se recordó que necesitaba conocer cuanto antes los deseos de Eru, y así poder acabar con el castigo. Que caminara detrás de un caballo, no era, por seguro, lo peor que Eru le pediría de ahora en adelante.

Adentro estaban en la semioscuridad, aunque las ventanas pequeñas de los compartimentos tenían las persianas abiertas. El olor a heno calentado por el sol, hierba, cuero y aceites, invadió sus fosas nasales. Motitas de polvo del color del oro niñeaban en el aire, perdiéndose alrededor del pelo de Eru, del mismo color.

Eru se detuvo en el pasillo y empezó a quitarle las bridas a Lotus.

—¿No se supone que tienes gente para hacer todo esto? —volvió a preguntar Níniel.

—Coge un cepillo —fue su respuesta—, y empieza a usarlo por el lomo.

Níniel buscó con la mirada el dichoso cepillo en las diversas cajas ordenadas en una estantería. Escogió uno y se acercó al caballo. Odiel lo empujaba con el hocico, juguetón, pero Lotus no aparentaba apreciar el gesto. Alzaba la cabeza y sacudía la cola con violencia.

—Mi amor, se parece a su dueño, no valora tus atenciones —susurró Níniel.

—¿A qué tipo de atención te refieres? —inquirió Eru, deteniéndose con las correas en las manos—. Porque, desde que te conozco, lo que me has traído son molestias.

Níniel sintió una necesidad visceral de quitarle el cuero y atarlo bien fuerte. Quizá ponerle una mordaza ayudaría también. Estaba claro que el ejercicio no había ayudado a Eru a escapar de la energía negativa, o era efecto de la bebida y las pocas horas dormidas. O su presencia, una renacida condenada o... era sencillamente él. Insoportable.

NínielWhere stories live. Discover now