8 -En busca de oportunidades

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Resultó que las dependencias de Níniel estaban en la planta baja, en la parte trasera del castillo, donde vivían los empleados que elegían quedarse y no irse a sus casas, o que aseguraban el servicio nocturno.

No obstante, a la compañera de cuarto de Níniel, una elfa vieja, no le hizo ninguna gracia compartir el espacio con un asno. No montó un escándalo, como era de esperar, sino que recogió sus pertenencias en un silencio gélido y desapareció con la nariz en alto.

Níniel casi se sintió culpable, pero el sentimiento desapareció al recordar su barriga vacía.

—¿Te gusta la alfombra? —preguntó a Odiel, que había metido la nariz en las cortinas.

Era un cuarto pequeño, en una fila de cuartos iguales. Níniel había echado un vistazo por las puertas abiertas, hasta llegar a este, el último del pasillo.

—No importa, no nos quedaremos —decidió al instante. La cama parecía confortable, pero la habitación estaba demasiado lejos de la entrada, hacía imposible salir sin ser vistos—. Vamos a buscar comida y al jefe, para ver qué tiene pensado para nosotros. Cuanto antes acabemos, mejor.

Odiel alzó la cabeza con interés, al escuchar la palabra comida. Níniel no consideró necesario informarle que le incluía en el castigo y que planeaba ponerle a trabajar. Al fin y al cabo, todo pasaba por su culpa.

La puerta ya había quedado abierta después de la salida de la elfa vieja.

—Parece que por aquí les gustan las relaciones abiertas —comentó Níniel, en absoluto de acuerdo con la falta de intimidad.

—En efecto, señorita —dijo una voz a su lado.

Níniel dio un salto y soltó un gritito ahogado. El asno saltó en su defensa y atacó verbalmente, en un tono absurdamente alto, al posesor de la voz, que resultó ser Ieldal.

Este se disponía a entrar cuando ella hizo el gesto de salir, por lo que se encontraron en el medio, con un asno furioso separándolos.

—Odiel, basta —pidió Níniel, deteniendo al animal, cogiéndolo por una oreja.

El asno se agitó un par de veces más antes de enseñarle sus desarrolladas nalgas a Ieldal.

—Me disculpo con su animal si lo he ofendido —pronunció con altives Ieldal—. No estaba en mis intenciones.

Níniel buscó señales de burla en su rostro blanquecino. No encontró ninguno.

—Solo le asustaste —le explicó Níniel—. No nos gusta ser tomados por sorpresa.

—Lo tendré en cuenta. Quizás acepte mis más sinceras disculpas —continuó el elfo, ofreciéndole una cesta—. Les he traído un manjar para que les ayude a acomodarse las barrigas hasta la cena. Tengo entendido que les gusta...

Níniel le quitó la cesta de las manos antes de que acabara la frase. Estaba separada en dos, en una parte había hierbas diversas, de olor fresco, y en la otra, pan, uvas, queso y un par de galletas.

—Muchas gracias. Disculpas aceptadas —dijo Níniel, cogiendo la puerta con la intención de cerrarla. Después se la pensó mejor.

—¿Quién eres tú? —inquirió.

El elfo ejecutó una reverencia antes de responder.

—Mi nombre es Ieldal, señorita, y soy la ayuda de cámara de Su Alteza Eru. El señor me puso a su disposición.

—Entonces, ¿tú me darás las órdenes?

—¿Órdenes?

—Decirme lo que tu señor quiere que haga para él.

NínielTempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang