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Níniel se armó de valor antes de golpear la puerta del cuarto de armas de Eru.

Se había lavado, puesto ropa limpia y trenzado el pelo antes del desayuno. No quería que algo la delatara de haber pasado la noche en vela después de la discusión con Adleth.

El resto del día de la partida de caza había estado presente físicamente, pero su espíritu no la había acompañado. Creía haberse reído cuando hacía falta, respondido a las preguntas, ayudado a los niños y conversado con Ieldal, pero no estaba segura sobre el contenido de todo aquello. Las acusaciones de Adleth se habían grabado a fuego en su cabeza y no sabía si lo despreciaba porque se atrevía a juzgar a su propio hermano, sentir pena porque era probable que tuviera razón, o desesperarse, porque una parte de ella, la olvidada, la herida, la media elfa que nadie entendía ni quería, necesitaba salvar a la bestia.

—Adelante —escuchó la respuesta del otro lado.

Abrió la puerta, entró, y procuró no mirarlo directamente.

—¿Tienes tiempo? Me gustaría proponerte algo.

—Dime.

Eru se levantó, rodeó el escritorio y le hizo una señal para que se acercarse.

Níniel se quedó a una distancia que consideraba segura.

—Escuché a los criados hablando sobre el Torneo de Kelegreat. Me había olvidado que pasa en esas fechas. ¿Participaste alguna vez?

Eru se frotó la parte rapada de la cabeza. Era un gesto que había adquirido recientemente y que Níniel lo había visto hacerlo varias veces. Sospechaba que lo usaba cuando estaba en dificultad y necesitaba pensar cómo actuar a continuación.

—Quieres que participe —dijo él.

—Creo que es una buena oportunidad de mostrarle tus cualidades a Wysarora.

Eru marchó hacia un sillón que estaba posicionado en un rincón, cerca del escritorio. Se sentó y apoyó la pantorrilla derecha sobre la rodilla izquierda.

—¿Y qué cualidades crees que podría mostrarle a Wysarora?

Níniel boqueó, en falta de una respuesta. Había venido para informarle de su idea, y había estado casi segura de que la aceptaría sin muchos comentarios. Pero no estaba preparada para cantarle una lista de sus atributos. La furia empezó a calentarla. Ya no tenía paciencia, estaba cansada de no saber qué pensar y cómo actuar para que todo saliera bien.

—Las que tenga, Su Alteza —respondió. Sin querer, encontró la mirada verde de Eru, junto con la picardía que había en ella y eso la inflamó incluso más—. Espero que tenga muchas, que conquiste a su elfa y que vayan a vivir en nubes esponjosas para el resto de sus siglos.

—¿Lo esperas, eh?

—¿No es lo que desea Su Alteza?

—Níniel. —Eru la llamó con un dedo y la instó al ver que no se movía—. Acércate.

De repente, sus pies parecían llevar el doble de su peso. Algo en el rostro de Eru le provocaba escalofríos. Su voz melosa no le era característica y la cicatriz del labio tenía una forma que recordaba mucho a una expresión de crueldad.

Pero Níniel no pecaba de cobarde. No se arrodillaba en el nombre del dios de los elfos, no iba a hacerlo ante uno de sus, no tan pequeños, súbitos.

—¿Sí? —preguntó cuando llegó al lado del escritorio.

—¿Sabes? No recuerdo con exactitud cuánto tiempo pasó desde que me llaman por mi título. Son muchos años desde que nací, tantos que incluso árboles han sido tallados y lagos han secado.

NínielWhere stories live. Discover now