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Níniel se dirigió hacia las cuadras, imaginando que era donde se encontrarían para partir.

El sol no había salido todavía, pero la línea del horizonte era de un naranja encendido, como si en las profundidades de la tierra hubiese tenido lugar una explosión.

Los alrededores eran silenciosos. A medida que se acercaba, entendió que era la primera en llegar. Dejó que Odiel buscara su desayuno y se sentó sobre su moral, con la espalda pegada a una de las paredes de las cuadras.

No tuvo que esperar mucho antes de que viera una luz apareciendo y desapareciendo entre los árboles. Se incorporó y quiso ocultarse entre las sombras cuando entendió que era Eru el que portaba una antorcha.

—Bien, estás aquí —dijo él, con una alegría no habitual en su voz—. Tenía esperanzas de encontrarte antes de...

—¿Qué he hecho esta vez? ¿Qué otro castigo quieres añadir a mi condena? —inquirió Níniel, adelantándose desde las sombras.

Eru la miró contrariado.

—¿Castigo? Siempre piensas mal de mí.

—Siempre acierto en pensar mal de ti.

—No esta vez. —Él sacudió la cabeza y le sonrió largamente, provocando que en su vientre aletearan unas criaturas desconocidas. Podría acostumbrarse a aquella sonrisa, a cómo descubría el blanco de sus dientes y le suavizaba la mirada—. Quiero hacerte un regalo. En agradecimiento porque tu primera misión fue un éxito. La noche acabó muy bien, Wysarora se ha ido contenta.

Las criaturas de su vientre se convirtieron en algo oscuro, y se agitaron de tal modo que le provocaron dolor.

—No necesito regalos. Es mi trabajo. Mi condena —respondió Níniel, con los dientes apretados.

Eru inclinó la cabeza y la estudió. Alzó la antorcha cerca de su rostro, después soltó un resoplido.

—Hum. Debes haber dormido mal. Si te supone esfuerzo que nos acompañes en la partida de caza, puedo librarte de ello.

—Qué magnánimo, Su Alteza. No hace falta. Estoy acostumbrada a esforzarme para darte el gusto.

—Ya veo. —Eru apretó los labios y Níniel notó una punzada de culpabilidad por ser la causa de que se le borrara la sonrisa—. En fin, quería darte eso. —Le tendió un pañuelo plegado alrededor de algo, y a ella no le quedó otra que aceptarlo.

En silencio, lo desenrolló y descubrió un pequeño cojín, agujereando por dos horquillas maravillosas. Tenían forma de una hoja dorada grande, rodeada por decenas de piedras brillando en todos los colores. No dudó de su calidad, de que se trataba de oro y piedras preciosas. La tela mantenía el calor de la mano de Eru y las joyas destellaban bajo la luz de la antorcha.

Níniel se atragantó.

—Es...

—Maravilloso, ¿verdad? —comentó Eru con orgullo.

—Demasiado —dijo ella, secamente. Con la cabeza gacha, volvió a doblar el pañuelo y se lo ofreció—. Tienes razón, es un maravilloso, digno de una futura reina. Ofréceselo a Wysarora.

Eru se enderezó.

—Es para ti. No te preocupes por lo que le ofrezco a Wysarora. Estoy impaciente por escuchar qué tienes planeado para nuestra siguiente cita.

—¿Has averiguado qué es lo que desea? —inquirió Níniel.

Eru se frotó un pómulo con el pulgar, como si quisiera borrar las pecas doradas.

NínielWhere stories live. Discover now