13 - Preocupaciones

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Eru se quitó la túnica y la tiró al suelo, escuchando a Adleth con medio oído.

—No sé qué les encomendaste hacer, pero sea lo que fuese, lo están liando por todos lados. Madre cree que lo están haciendo para llamar la atención. Tú atención, por supuesto.

—¿Qué? —Eru buscó con la mirada la jarra de agua, pero decidió que no le bastaban cien jarras y que solo el río le devolvería la sensación de estar limpio—. ¿Qué pasa? —repitió, centrando, por fin, la atención en su hermano.

—Talon y Honey no están bien.

—Lo estaban hace un rato, cuando me despedí de ellos. Están bien alimentados, se les han asegurado dependencias en el castillo, ropa, y se atiende cualquier otra necesidad que tuvieran.

—Madre cree que no se trata de necesidades físicas.

—¿Pero qué eres, el halcón mensajero de madre?

—Madre cree que no debería presentarte sus inquietudes porque tu espíritu no se asentó en su casa y no es un buen momento para alterarte los nervios.

Eru estalló en carcajadas.

Adleth lo estudiaba con el rostro improvisto de emociones, los dedos enlazados delante y la cabeza ladeada.

—Mis nervios están bien. Lo estuvieron durante cincuenta años de guerra, y lo estarán...

—Has perdido a tu prometida, no has superado la guerra, tienes que educar a dos niños y estás planeando no sé qué con una media elfa de reputación más que dudosa. Tus nervios no están bien —dijo su hermano, hablando con una rapidez no específica para su carácter holgazaneo.

Eru apretó los dientes.

—Hermanito —comentó, haciendo hincapié en el hecho de que era el mayor—, agradezco tus preocupaciones, las de madre también, pero agradecería incluso más que no crearais tragedias a mis espaldas. Comprobaré las actividades de mis hijos y, si hace falta, tomaré las disposiciones necesarias para corregir su comportamiento.

—Madre temía que eso era lo que ibas a hacer —volvió a hablar Adleth.

—Lárgate antes de que ayude a hacerlo de malas maneras —espetó Eru.

Su hermano inclinó la cabeza en asentimiento, se giró y se dirigió hacia la puerta. La abrió, después se detuvo un momento para comentar:

—Madre me advirtió que dirías esto también.

Después desapareció con sutileza y cerró la puerta despacio.

Eru resopló, preocupado por qué más estaba discutiendo su familia sobre él. ¿Lo considerarían incapacitado para unas tareas tan sencillas como encontrar una esposa o criar a un par de niños? No importaba. Eran problemas sencillos, que se arreglarían con actuaciones firmes.

Después de bañarse investigaría las travesuras de Talon y Honey, y les pondría los castigos adecuados. Conquistaría a Wysarora igual que lo había hecho con las tierras de las fronteras, tan codiciadas por los heraldos. Sus nervios estaban perfectamente y se lo dejaría claro a su madre.

Asintió hacia sus pensamientos y salió. Necesitaba una muda de ropa, pero esperaba escabullirse hasta su cuarto sin que Ieldal viera el aspecto de la que llevaba. No tuvo suerte. Su ayuda de cámara lo esperaba al final del pasillo, con una alforja preparada.

Eru podría haber apostado su flecha más rápida que lo vio poniendo los ojos en blanco y suspirar con pesadez, pero cuando habló, su voz fue calma como la brisa de la mañana.

—Escuché que tuvo un pequeño accidente con la implicación de un asno. Dispuse que ensillaran a Lotus.

—Gracias, Ieldal. —Eru cogió la alforja y pasó por su lado—. Puede que necesite tu ayuda más tarde. ¿Podrías hacerme el favor de comprobar dónde estarán los hermanos cuando vuelva?

NínielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora