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Es un capítulo que a mí me deja blandito el corazón, pero ya me diréis qué efecto tiene en vosotros.

Sin pelos en la lengua, os quiero.

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Níniel había querido llegar a la Corte de Otoño antes de que se notara su falta.

De verdad que lo había querido. Pero Odiel corrió detrás de un par de hadas, tuvo que perseguirlo y acabó en un terreno llano donde reinaba El Lago Arcoíris, que hacía frontera con La Corte de Primavera.

Eran las primeras horas de la mañana, el sol se levantaba perezoso y las aguas adquirían los colores de lo que les rodeaba; el naranja de la luz, el verde de la vegetación, el azul del cielo y el marrón de la tierra.

Ante la vista, Níniel dejó que el asno jugara feliz. Se deshizo de la capa y del arco y se sentó en la orilla, con la barbilla apoyada sobre los antebrazos, que había puesto en las rodillas.

—Es increíble que en un mundo tan hermoso vivan seres tan feos —le confesó al agua. Una familia de patos se acercó desde la lejanía, queriendo demostrarle lo contrario. Cotorrearon entre ellos, sumergiendo la cabeza ocasionalmente para alimentarse. Sus plumas destellaban colores y el sonido de sus graznidos era alegre—. Algunos seres feos —se corrigió.

—Tienes razón. Pero por culpa de su fealdad, los otros se ven incluso más hermosos.

Níniel se sobresaltó al escuchar la voz. Soltó un grito a la vez que se giró, se levantó, y sacó la daga de su bota, todos los movimientos unidos de uno en otro. Se tambaleó para recuperar el equilibrio, y cuando se dio la vuelta Eru la estudiaba, con los brazos cruzados.

Estaba apoyado en un tronco, con las piernas cruzadas, y le sonreía.

—¿Qué haces aquí? —espetó ella. Jugó con la daga, pasando el filo por sus dedos.

El elfo era un blanco perfecto. ¿Dónde hubiese apuntando? ¿Directo al corazón? ¿En el cuello donde le latía el pulso? Lo más seguro era que no importaba, él se movería más rápido que su hierro.

—Te estaba buscando. Guarda tu juguete —dijo, señalando el puñal—. Te vas a hacer daño a ti misma.

Níniel lanzó el arma hacía arriba, con la vista todavía puesta en el elfo. Enseñó los dientes en una mueca burlona y lo recogió por el mango justo cuando estaba a punto de caer. Lo guardó en su bota porque no tenía sentido mantenerlo en la mano mientras todavía sentía la necesidad de darle a un blanco y el blanco le sonreía.

—¿Pensabas que he huido? ¿Otra vez? —Ella torció los labios en una mueca de asco—. No deberías haber interrumpido tu dulce sueño. Ya estaba por regresar.

—Lo sé —dijo él.

—¿Entonces?

Eru encogió los hombros. Estudió el agua, por encima de la cabeza de Níniel. Las hadas con las que jugaba Odiel se acercaron volando, pero dieron la vuelta como si no quisieran ser espectadoras de lo que estaba por pasar.

—A lo mejor me necesitabas.

Níniel se carcajeó secamente.

—¿Qué te necesite? ¿Yo a ti? —Su voz sonó rota—. Jamás. Vuelve a tu castillo. Conquista a tu elfa. Yo no soy nadie.

Recogió su capa, el arco, y se alejó sin mirarlo. Silbó para que Odiel la siguiera.

No obstante, no había contado con que iban en la misma dirección y sentía la presencia del elfo a sus espaldas como si el mismo condenado fuego del dios la siguiera. Y para el colmo, el asno no la acompañaba a ella sino que se mantenía cerca de Eru.

NínielWhere stories live. Discover now