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Níniel aseguró sus bolsas con cuerdas en el lomo de Odiel.

—No entiendo por qué no atiendes a la razón y usar un caballo, como dios manda —farfulló Eru a su lado.

—Odiel se va a sentir herido si sigues con esto. Es perfectamente capaz de llevarme hasta el fin del mundo si es necesario. El asno sacudió el hocico arriba y abajo, de acuerdo con Níniel—. Y recuerda que tu dios no me manda.

Eru resopló, en son con su inmenso caballo.

—Vale. Cuando tu animal se ponga cabezota, y sé que va a hacerlo, no permitiré que te aproveches de Lotus.

—Tranquilo, elfo, nadie se va a aprovechar de vosotros. No temas.

—No temo. Jamás —gruñó Eru—. ¿Lista?

—Por supuesto. —Níniel montó al asno y encaminó la marcha.

Por desgracia, Odiel se cansó pronto de seguir el camino impuesto y empezó a parar cada vez más a menudo para olisquear la hierba o perseguir a las hadas de aire.

Eru se había adelantado tiempo atrás, y el bosque se despertaba con sonidos agudos. La niebla se levantaba perezosa desde la tierra y se enroscaba alrededor de sus piernas. Las aves trillaban, llamándose entre ellas y las criaturas diurnas salían de los escondidos donde habían pasado la noche.

Níniel se imaginó que Eru la esperaría en algún punto, pero pasó el mediodía antes de alcanzarlo. Lo encontró sentado, con los restos del almuerzo enfrente y Lotus vagando libremente, a la vista. Le echó un vistazo y se sacudió las palmas entre las cuales había frotado unas briznas de hierba.

—Pensaba que te había perdido —comentó, con una sonrisita de suficiencia.

Níniel inspiró con ruido y se tragó la ira.

—No eres muy bueno en pensar —le tiró en la cara sus propias palabras—. Pero si quieres hacer este viaje solo avisa para darme la vuelta a tiempo.

Desensilló a Odiel, dejó su equipaje en el suelo, y le palmeó para que vaya a saludar a Lotus. Pensó en sacar comida, pero había mordisqueado algo de fruta de camino y se le había pasado el hambre. Lo que sí necesitaba, era descansar las piernas porque Odiel la había forzado a caminar más de lo que se había propuesto. Dejó espacio entre ellos, buscó el soporte del tronco de un árbol para su espalda, se sentó y se quitó las botas. Después movió los dedos de los pies en los calcetines, apoyó la cabeza en el tronco y cerró los ojos.

—¿Entonces? ¿Me doy la vuelta?

—Te quiero aquí —dijo Eru. Los sentidos de Níniel se abrieron más porque tenía los ojos cerrados y escuchó el tono de rendición en su voz. Le extrañó que no le echara en la cara, de nuevo, su condena—. Te esperaré, pero ayudaría convencer a Odiel que siguiera el ritmo de Lotus.

—Dile a Lotus que no vaya tan rápido y estaremos bien —replicó ella.

—De acuerdo.

Níniel entreabrió un ojo porque Eru aceptó demasiado rápido y sin protestar. Había dos troncos entre ellos y vio que él miraba en la distancia y había vuelto a romper hierba para jugar con ella.

—¿Estás preocupado? —inquirió.

—Sería ingenuo si no lo estuviera.

—¿Sabes cuál es el precio de Seriria?

—Sí.

—¿Y estás dispuesto a pagarlo? —Níniel pensó un momento en si quisiera continuar la pregunta. Decidió que no era lo suyo ocultar los pensamientos—. ¿Estás dispuesto a pagarlo por Wysarora?

NínielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora